Considerando el alto grado de eficacia del colectivo de trabajadores, funcionarios, asesores internos y afuerinos de la edilidad de Belén,  que realizaron una labor de verdadera limpieza en la zona baja, los municipios de Maynas, Punchana y San Juan decidieron contratar los servicios limpiadores de esos caballeros que aparecieron en el momento justo y en la circunstancia  exacta.  Era el momento en que Iquitos tenía que ser de una vez por todas una ciudad limpia,  y los de la emergente baja policía pusieron manos a la obra provistos de guantes, mamelucos, escobas, canastas, rastrillos, carretas y camiones.

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La labor que desplegaron fue tan intensa que en poco tiempo se acabó en un abrir y cerrar de ojos aquello de  sacar la basura antes o después de que pasaban los recogedores. Los nuevos contratistas simplemente no hacían sonar sus pitos y entraban a las casas de frente a apoderarse de las bolsas de plástico. De esa manera evitaron el desorden que se veían en otras ocasiones. Y así desaparecieron los cerros o montes que se levantaban en las esquinas o en cualquier tramo de alguna calle. Ese simple hecho hizo que la basura iquitense, uno de los más intensos de toda la creación, dejara de ser un grave inconveniente.

La simpleza de la solución definitiva hizo que los contratantes quisieran rebajar el monto del pago mensual por tonelada métrica. Los contratados pusieron el grito en el cielo y declararon una cruenta guerra a los alcaldes poniendo montañas de basura en las veredas de sus casas. Ese bochorno hizo que la población perdiera la fe a contratantes y contratados y de nuevo volvieron a sacar sus desperdicios antes o después del paso de los camiones recogedores. Fue así como se perdió la gran oportunidad de hacer de Iquitos una ciudad limpia para siempre.