ESCRIBE: Percy Vílchez

El señor José Williams no tiene remedio ni opción de mejora o enmienda. En anterior artículo nos referimos a la honda contradicción en que desempeñaba su alto cargo congresal. Entre luces y sombras, entre el sí y el no, sigue de largo como una condena de su destino contrariado. Ahora, a quien quiere oírle le dice que está en contra de la ley de censura y de mordaza que se fraguó entre gallos y medianoche en el interior de este ilegítimo Congreso. De boca para afuera está entonces en contra de ese evidente abuso, de esa nueva amenaza contra el ejercicio del periodismo en el Perú de hoy. No se hace paltas para oponerse, para dar la opinión contraria a esa medida que es una vieja y sentida aspiración de varias tiendas políticas. Ahora que la zarpa está extendida como una amenaza real aparece el señor Williams con su voto en contra.


El inconveniente sucede cuando el señor Williams solo se contenta con decir su palabra. Desde la altura de su trono, desde su posición de privilegio, no hace absolutamente nada para cambiar o neutralizar esa censura en marcha. No es capaz, por ejemplo, de presentar un proyecto de ley que acabe con ese nefasto precedente. Es decir, solo se contenta con declaraciones, con opiniones, dejando que las cosas sigan igual. Está en contra de la censura pero acepta que el Congreso tome cartas en el asunto. Su opinión no cuenta para nada en última instancia.


El Congreso entonces tiene campo libre para legislar contra la libertad de expresión, contra el periodismo de investigación. Algunas voces se han opuesto a esa medida, otras se han dignado a protestar contra ese abuso que concede una victoria al ejercicio del poder. Pero los congresales no se inmutan y siguen en sus trece, esperando así reducir o controlar la capacidad de respuesta de la prensa. En esta coyuntura de combate el señor Williams más parece una anécdota, una burla del destino. Está en contra de la mordaza, de la censura, pero no hace nada para cambiar la situación. Esa conducta ambigua, deshonesta, más parece una fórmula para lavarse las manos.


En efecto, Williams sabe que atentar contra la prensa es un mal negocio a la larga, sabe que en cualquier momento la situación puede cambiar gracias a acciones y precisiones de entidades que tienen que ver con los derechos de los periodistas. Y disimula su posición real, oponiéndose aparentemente a la mordaza. El hecho de que no haga nada real o efectivo revela que se trata de una pose para contentar a la platea, para tener el rostro limpio. Desde ese punto de vista, el referido no es más que un oportunista que quiere salir bien librado. No es un líder de una sola palabra o de un solo norte. Pendula de un lado a otro, busca su conveniencia para decir algo y es un mal ejemplo de coherencia.


Es una lástima que una entidad tan importante para el funcionamiento de la vida republicana tenga un líder de esa magnitud, de esa incoherencia reiterada. Sabemos que el ejercicio del poder es una de las deficiencias clamorosos en este país que carece de líderes, de guías. Y el señor Williams es un modelo de lo que no debe ser un líder en una patria donde se requiere de firmeza, de coherencia y de rectitud.