La nueva celebración

El saliente gobierno alanista, esa horda romana que devora diariamente suculentos embutidos, nos deja oscilando entre el gaznate y la panza. Ayer domingo se celebró el Día Nacional del Pisco. Antes, se festejaron a lo grande la fecha central del  picante cebiche, del suculento chicharrón de cerdo, del dorado  pollo a la brasa, de la amistad con su cerveza a lado. Todo diseñado para darle satisfacción al ansioso paladar, a la inquieta y  digestiva barriga. Sibaríticos y espirituosos, culinarios y embriagantes, los devoradores de salchichas y jamones palaciegos nos quieren encasillar entre platos rebosantes y vasos secos y volteados.

Pero nadie puede vivir dignamente rindiendo pleitesía,  obsesivamente,  a la mesa servida y la  concurrida taberna.  El gallardo pueblo incaico no puede ser una nación que solo traga y chupa. De manera que resulta irritante que este gobierno de mortadelas y tocinos nos deje convertidos en glotones y beodos. Nos ofende que nos considere simples  devoradoras y bebedores, como si careciéramos de luces  para interesarnos por otros rubros o placeres. No estamos en contra de comer y beber, pues hasta el mismo Eclesiastés  recomienda dedicarse a esos menesteres porque cortos son los días del hombre sobre la faz terrestre.

Pero entre tanta comida y tanto licor se debería hacer un alto. Y, por ejemplo, celebrar en lo que resta del gobierno entrante el quinquenio nacional de la lectura. Es decir, la fiesta diaria del libro, de la biblioteca, del conocimiento.  No solo para salir del fatídico último lugar en comprensión de texto, sino para comer mejor, para beber no solo pisco o cerveza sino esos licores que benefician a la salud.    Uno de los pocos que comía y leía a la vez era don Marcelino Menéndez y Pelayo. O sea, que ambas ocupaciones no son incompatibles. No están en litigio.