El inocente aviso en el periódico decía que la edilidad de San Juan suspendía la recolección de la basura de todos los días. En teoría la suspensión se realizaría durante 48 horas, desde el 10 hasta el 12 de junio, debido a otro forado que apareció en la carretera hacia Nauta. .Los destartalados y viejos camiones de la empresa de los desperdicios no podían arribar al botadero o relleno sanitario. Los vecinos, pensando que la cosa duraría poco, continuaron sacando sus desperdicios hacia sus veredas, las esquinas y otros lugares que pronto formaron promontorios y cerros. Parecía que en cualquier momento aparecería la empresa recolectora, pero pasaron los días y no apareció ni el ingeniero Brunner.
De tal manera que los desperdicios siguieron acumulándose en una invasión que poco a poco se convirtió en un verdadero problema, pues las calles se cerraron, mientras eran invadidos por perros, gatos y gallinazos. La edilidad de San Juan cerró sus puertas para evitar dar cualquier respuesta y no dijo que el forado del kilómetro 5 y medio era una cosa que no se podía tapar debido a que parecía que conectaba con lo más hondo del corazón de la tierra. El relleno sanitario había quedado aislado. En términos estrictos no había donde botar los desperdicios. Así fue como todo el distrito acabó aplastado por la basura.
La abundancia de desperdicios no fue una catástrofe, sin embargo. Porque la mayoría de sanjuaninos fue dotado de overoles, capas, guantes, recipientes y, de la noche a la mañana, los ciudadanos de ambos sexos se convirtieron en escogedores de desperdicios, seleccionadores de porquerías o recicladores. Como habían tantos desocupados, el nuevo trabajo pegó y desde entonces nadie se queja de las atroces faltas de la empresa Brunner, de los desperdicios que amanecen, de los insidiosos gallinazos.