Hay momentos en esta maestra vida que hay que tragar carros y carretas. Es amargo pero lo haces. En la vida hay que tener tragaderas pero con límites. Me explico, no es que no quede hacer otra cosa, simplemente, lo haces por el compromiso laboral que has adquirido. Si quien te encarga el trabajo no entra en entendederas, mejor las ideas las aparcas hasta nuevo aviso. No quiere ideas para retroalimentar el trabajo, son sus ideas las que se imponen Más si quien te encarga tiene un liderazgo poco democrático, es de contenido y hollín autoritario. Esta situación es pan del día en muchos centros laborales. Estas personas reaccionan mal como si le quisieras arrebatar el chiringuito (huarique en términos peruanos). Es el caudillo de entonces y que todavía sigue vigente en muchas pieles. Respirar y caminar. Ante esta contingencia y antes de amargarme la vida tontamente recurro a una medicina que me va la mar de bien. Mientras hago el trabajo de poca chica y mecánico me pongo a pensar en los libros que voy a leer al término de este trabajo estéril. Será mi suculenta venganza ante este trabajo inútil y de poca mollera. O planeo repasar los pasajes de una novela como las primeras páginas del “Ulises” de Joyce, me impresionó la sencillez con que describe el inicio de un día. Por lo general, como remedio para mis iras me vienen los pasajes del Quijote y sonrió por su gracejo, por la sutileza, por el manejo diestro del castellano. Imagino a Miguel de Cervantes escribiendo la novela en las casas que he visitado de él en Valladolid o Alcalá de Henares. Tratando de poner orden a su bullente ficción. Poniendo empeño, divirtiéndose y evadiéndose de la realidad precaria que le tocó vivir y curiosamente fue su mejor abono para novelar. Tampoco para Cervantes o para quienes escriben le fue fácil. Para mí pensar en los escritores o escritoras en esos momentos álgidos y de poca sustancia es la mejor manera de borrar esos malos momentos.
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