LA LIRA VA PERDIENDO SUS CUERDAS

En el “Arco y la Lira”, Octavio paz define a la poesía como “conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior”. Del poema, dice que es “posibilidad, algo que solo se anima al contacto de un lector o de un  oyente. Hay una nota común en todos los poemas, sin la cual no sería nunca poesía: la participación” y más adelante dice que el “el poeta crea imágenes, poemas; y el poema hace del lector imagen, poesía”. Grandes y maravillosas son estas definiciones y distinciones que hace el poeta sobre este arte espiritual y místico que es el arte poético, pero ¿qué es lo que pasa con la sociedad moderna que empieza a ningunear el arte de Góngora, Rimbaud, Hölderlin, Vallejo y Cernuda? La lírica está viviendo, quizá, el peor de sus momentos en la historia de la humanidad, no porque se niegue la falta de poetas- y poetas de verdad que sí los hay- sino que la lectura de poesía se va reduciendo cada vez más desde esa elite a la que pertenecía, en otras palabras, casi nadie ahora quiere leer poesía, ¿por qué? Desde lo griegos hasta el surrealismo, la poesía no había tenido una decadencia abismal en cuanto a las sociedades que gustan de leer poesía. Si hoy se sabe de estos autores, no es solo por los estudios especializados que se hicieron de las obras de estos poetas o de las corrientes a la que pertenecieron o a los movimientos a la que siguieron, sino que es por ese acto oral y público de sus vidas que uno se entera en el colegio, o en la charla  con un amigo. Desde mi niñez, la imagen de un poeta era casi vista como la imagen de todo un dios, una imagen intachable por la rectitud de su sabiduría y de toda esa magia perfecta de hermosura con la que me encandilaba  al leer sus poesía. El acto de leer poesía nos cambia la vida y nos da un horizonte nuevo que seguir. Los grandes revolucionarios o eran poetas o leían poesía, porque entendía que solo en ese arte uno puede encontrar la sustancia verdadera que llena nuestro espíritu de humanidad y de rectitud para luchar por lo justo. Ernesto Guevara, el che, cuenta que mientras se encontraba en la selva cubana por la revolución, iba leyendo, en sus ratos de descanso, poesía de Johann Wolfgang Von Goethe. Todo acto revolucionario que originó cambio en las sociedades del mundo ha sido causado por intensas lecturas de literatura o poesía, y lo dice la historia cuando determina a esos hombres libertarios como grandes lectores de poesía y literatura.

Que hoy se desconozca el gran valor espiritual, revolucionario y humanístico que lleve consigo la poesía, es mero desaire de una sociedad que ha perdido el gusto por el cambio, el humanismo, la revolución y hasta por el arte. Pareciese que todo está en declive con una sociedad que niegue su gusto por el arte y la literatura. El conformismo de un tiempo llamado “moderno” ha hecho de esta sociedad que sus integrantes generacionales se llenen de chatarra televisiva y que este llegue almacenarse en lo más profundo de sus ser. Entonces, ¿qué encontramos en el espíritu de un hombre sin lecturas y que lo único que hace es conformarse y distraerse con lo que le ofrece la sociedad moderna: sexo, morbo, chisme y vidas ajenas a la cual no  deberíamos estar llamados a participar?

Que la lira este perdiendo sus cuerdas, su honda vibración que causa emoción en cada verso, debería ser considerada como un acto pasajero más  al cual siempre la literatura nunca ha sido ajena. La poesía no solo lo hacen lo poetas, sino que también participa la sociedad leyendo y llenándose en el espíritu de ese gran poder transformacional. El hombre no puede dejar de ser un hombre hecho de palabras, de lecturas y de cambios.  El hombre que pierda estos conceptos está condenado a la servidumbre de una historia que negará su existencia.  El hombre es la palabra misma y la palabra de la poesía está hecha para alimentar nuestra humanidad en todas las épocas de la historia y para todos los tiempos que nos toca vivir.

Por: Gerald Rodríguez Noriega