La inundación de diciembre

De acuerdo a una profecía maya, este 21 de diciembre del año en curso, a determinada hora, en circunstancias todavía no aclaradas ni descritas, y poco antes del panetón en la mesa, del espeso chocolate y de la cena de rigor, estallará el tantas veces retrasado fin del mundo y sus criaturas. En otras partes de la incierta tierra, algunos ciudadanos y ciudadanas vienen tomando sus medidas para que no les afecte la catástrofe. Nosotros, nada apocalípticos, nada trágicos, nada previsores, ni siquiera buscamos una lejana gruta o la sombra de un árbol o la casa del vecino para escondernos. Optamos por seguir en el mismo lugar, con las mandíbulas apretadas o maldiciendo a los cuatros o más vientos,  soportando catástrofes dignas de una hecatombe cercana a esa tragedia.

No somos profetas de desgracias universales, pero una inundación en plena calle, lejos del curso de los ríos habituales, lejos de  los meses de creciente, como la que ocurrió ayer en la quinta cuadra de la Navarro Cauper, es una catástrofe sospechosa, un desborde alarmante, que puede remitirnos a las versiones de desastres bíblicos. Al fin del mundo. Más si consideramos que hasta hace poco allí no ocurriría semejante hecho fluvial. Y comenzando este último mes de diciembre del 2012, en el mes del fin del mundo, uno no puede dejar de pensar que esa creciente pequeña es un indicio más de la conflagración planetaria que desborda a los excavadores chinos, a la blandenguería de las autoridades que no hace nada contra las aguas que se alzan en otras partes de esta ciudad.

En el catastrófico calendario de esta urbe, diciembre del 2012 comenzó con una nueva inundación callejera. Una creciente de nuevo tipo se sumó a las otras calles invadidas por las aguas gracias a las lluvias. Avanzamos a lo cangrejo y, con el tiempo, ese tipo de creciente reducida y fuera de contexto será declarada tragedia natural y tendrá sus pobres damnificados.