Enciendo el televisor y veo a un varón barbiluengo que es súper deportista y que se anota a maratones por medio planeta. Lo vi una vez que iba a una carrera en México. No terminó de convencerme, quizás me dejé ganar por mis prejuicios de esos viajeros sin fronteras que pululan por el mundo y por la tele. Me ponen malo por los torpes que son. Así que le di una segunda oportunidad. No cambié de canal y me detuve un rato a ver sus programas que los pasan en un canal de pago. Le habían invitado a una maratón a Nepal, una carrera en las cumbres que para cualquier turista como él le parecía lo más guay/ bacán del mundo como los ingenuos que van a las carreras de París- Dakar ahora por tierras americanas que les importa un zapote el lugar que están pisando. El tío chapurreaba inglés y, casi siempre, metía palabras en castellano que su entrevistada, a veces, se quedaba turbada. Pero él no se detenía en esos pequeños detalles si lo entendían o no, este fauno corredor seguía su paso dando almádenas a quien tenía por delante. Era como un elefante en una cacharrería. Fue a pedir su número de la carrera cámara en mano. Hizo una observación al gazapo al poner su apellido y se ponía a gritar, sin sentido en una pequeña oficina, que le había tocado el número cien, saltaba como una cabra, y dijo, para poner el colofón, que era el invitado de fulana de tal. Los organizadores y público le miraron sin contestarle. Pero él seguía con su paso arrollador sin mirar a nadie o tenía la autoestima muy subida. Llegó a la línea de partida con la puñetera cámara. Daba la impresión que se sentía el centro del universo, un despropósito en un lugar como Nepal con personas que viven la vida con cierta introversión y con otros valores. Dieron la partida y el barbado corredor con una pequeña cámara filmadora en la mano estaba en la carrera. Corría. Se sentía exhausto. Era como el turista excéntrico o pasado de rosca que dice y hace tonterías frente a los lugareños. Así a su paso se topaba con muchachas corredoras y él trataba de entrevistarlas con un inglés mezclado con español que las chicas ponían ojos de plato al no saber lo que quería decir y, en gran caridad, iba repartiendo comida y agua para deportista sin venir a cuento. Porque él era buena gente. Sentía que cada minuto me inflamaba como una rana. Apagué el televisor. No volveré a verlo más.
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