Por: Gerald  Rodríguez. N

El señor Alan García no es un héroe, ni es un mártir, muchos menos será un mito político, tampoco fue ni será inocente; Alan García es un muerto que antes fue el pulverizador de la esperanza de millones de peruanos, que quemó vidas con engaños y estafas. Ni una sola imagen indeleble rescato de su vida o de su muerte. No acepto su cadáver, prefiero que se junte sus cenizas con ese aire político que dejó contaminado.

Ahora los apristas golpean el silencio y la casa del peruano con el martillo de mentiras, patrañas, victimización, porque matarse no es un acto de honor ni dignidad, sino que el suicidio de García es la expresión plena de su violencia con que siempre supo gobernar este país que lo dejó desmantelado.  El desazón es más que evidente en el país, porque nuevamente el señor García nos deja una acción innombrable con su actuar, pero razonable, porque lo que se resuelve es su huida de la justicia, su temor a la cárcel y a ser desenmascarado, su alto nivel de brutalidad para mandar al tacho las investigaciones contra él y compañía. El panorama está polarizado, ni tres días de duelo nacional, porque no hay nada que llorar ni celebrar, solo queda seguir vigilante para que la impunidad no siga campante. Alan es la pierna podrida que ha sido retirada de un cuerpo que viene sufriendo otros males similares. Pero el fantasma pretende quedarse ahí, a curar las heridas como son los casos abiertos por la cual era investigado, que buscará sanar eternamente hasta cicatrizar sus males. Pero debemos luchar para que las investigaciones, las víctimas, los testigos, el país no sean burlados por el fantasma de García, porque todo la pelea contra la impunidad no puede quedar en nada, porque no siempre muerto el perro muerto la rabia, porque aunque muerto el perro, la rabia seguirá ahí, intentando ser analizada, probada, demostrada, desmitificada y sancionada. Los golpes jamás habrían sido hechos al aire.

Su muerte representa su indiferencia y falta de respeto total al sistema democrático, a ese sistema que él tanto decía defender, que llegó a su punto culminante con su acto violento de muerte, que no suma dignidad ni honor. Y aunque su última despedida estuvo rodeada de honor y homenaje, ese acto intentó victimizarle, mientras tenemos fiscales denunciados por posible causa de su suicidio, un país desconcertado, un sistema político polarizado, un muerto feliz por su gran hazaña de escapar de la justicia y convertirse en mártir para los corruptos. 

El juicio de la historia sabrá condenar al doctor García en la medida que esta justicia peruana demuestre el grado de responsabilidad y de protagonismo en el caso Obredecht, porque su muerte no puede menguar las investigaciones, porque mientras el sueño de los peruanos siga ahogándose por la podredumbre que ensucia nuestra democracia, no puede haber un fantasma que recorra el Poder Judicial y que ese fantasma se llame Alan García, ese fantasma que impera la impunidad.