La ilegal casa verde
Las perturbadoras muchachas dedicadas al meretricio, comandadas por el uniformado Pantaleón Pantoja, no nacieron de la ardorosa imaginación o el desbordado erotismo del escribidor que después alcanzó el Nobel. Nos guste o no, esas damas también existieron en la cruda realidad del negocio de la carne. Su misión era parecida a la que se menciona en la novela. Pero ese oficio en la floresta es anterior al novelista, anterior a las visitadoras, anterior a cualquier moral. La caída del precio del caucho generó, entre otras calamidades públicas, la presencia de prostitutas callejeras. En pleno día, ofrecían sus servicios carnales a los transeúntes. Como nunca antes, la ciudad se vio en ese espejo deformante.
La ciudad volvió a verse en ese espejo lamentable hace poco. Las apariencias mantenidas con esmero, las máscaras puestas, se cayeron por los suelos ante el reciente caso del conocido abogado y una adolescente y un proxeneta. El bochornoso suceso dio un vuelco ante la verdad de la víctima tal y como dijimos en nuestra portada del viernes pasado. En esas palabras hay algo de inquietante. O espantoso, según el cristal desde donde se le mire. Se trata del servicio carnal a prestigiosos y encumbrados personajes de la ciudad. Ella los nombra como profesionales.
Entonces estamos ante una frontera. La del delito, puesto que el comercio carnal con menores de edad está penado por ley. Se supone que las investigaciones irán hasta las últimas consecuencias y la sanción será ejemplar a los culpables de habitar en la casa verde proscrita, en el burdel ubicado fuera de la ley. Qué sociedad más pervertida en verdad, si fuera cierta la versión de la muchacha. Qué sociedad más hipócrita, donde los partos adolescentes ocupan el primer lugar a nivel nacional desde hace diez largos años. Con tendencia a incrementarse sin que nadie tome cartas en el asunto.