LA HORA DEL CANDIGATO

Nadie, ni el amante más  encendido de la familia gatuna, pudo sospechar que con el correr de los tiempos que vuelan, en ese mundo traidor y confuso, un simple minino, maullador, garrudo y techero, iba a aspirar a ocupar un codiciado puesto político en el mundo del presente. No, desde luego, por instinto o por súbita ambición de poder sembrada por algún veterinario ambicioso, sino por impulso de la gente de carne y hueso que anda hasta la coronilla con los políticos de todo pelaje. En cualquier parte. Hasta entre nosotros que vemos a cada rato candidatos con símbolos animalescos, pero nunca a un animal de verdad, de cuatro patas y un rabo.

En el México de Cantinflas y de Capulina, del mariachi entrador y del tequila explosivo, será postulado a una diputación un gato nada montes. No es un error de este editorialista. No se trata del apodo de un arquero elástico, de alguien con los ojos verdes. Se trata del animal de cuatro patas y un rabo que cualquiera puede tener en casa. El lema del colectivo que lo impulsa es que esa mascota, por motivos conocidos, acabará con todas las ratas. Algo que no es muy seguro, ya que todas esas ratas pueden zamparse al mismo gato vencedor.

El candigato de marras ya listo para la contienda política parece una broma un tanto pesada, contra el alto magisterio de la política, contra el mismo minino que nunca fue consultado si es que realmente quería o quiere su escaño, su curul y su buen sueldo. Pero forma parte de una tradición que comienza a ser en estas tierras del dictador bananero, del líder cunda y dribleador, del elector hastiado de todo: la tradición del animal postulante a un cargo público. El hecho zoológico ya ocurrió en otras partes. Kakareko, un animal brasileño fue postulado a una alcaldía en Belén do Pará. No ganó ni un voto. ¿Qué ocurriría si el candigato del presente gana en el mero México violento?