La guerra de la comida  

El romano notable, exitoso y emprendedor, pero glotón, comía echado. En su cama de costumbre, acostado entre su cálida almohada, sus revueltas frazadas y sus limpias sábanas,  se rodeaba de los más exquisitos potajes y movía las mandíbulas con gula letal. Era tanta su afición a comer que, a veces, con el estómago repleto se metía en su vomitorium y escarbando su gaznate con una pluma de ganzo vomitaba todo lo que había devorado y luego seguía empeñado en gozar de su banquete. La comida era un evento de discriminación, como ahora. Los romanos que comían sentados eran los más, los que no acertaban una, los siervos de siempre. Los marginados del mejunje, se diría en el presente.

El romano notable, exitoso, emprendedor, pero goloso, dejaría de tragar acostado en su catre si ahora se enteraría de la grave declaración de un alto funcionario de la FAO. El aludido dijo que el no tan lejano 2015 no será el año del hambre cero, como tantas veces han prometido muchos gobiernos. Estos gobiernos no están cumpliendo con lo que habían prometido. Y en el  2011 que finalizó  hubo más hambrientos que el 2010.  Entonces, estamos ya en la terrible estación de la atroz guerra por la comida.

El romano distinguido, de pergaminos, pero glotón, no se levantaría nunca más de su cama. Y se metería debajo de ella, imaginando con horror los lances desalmados de una guerra impulsada por las alertas desesperadas de las  papilas gustativas, las  feroces exigencias de la panza. La guerra del agua todavía no arriba a su frontera y la otra guerra, la más atroz de todas, ya advierte su presencia ante el fracaso de la cumbre contra el hambre. El hambre cero fue una falacia. En realidad, la guerra de la comida ya comenzó hace siglos. En el viaje de bajada por el raudo Amazonas los invasores orellanistas, en sus lances de arcabuces y espadas, atacaban las viandas, los preparados. Pero ello fue un episodio focalizado. La cumbiamba será de otro cantar cuando los hambrientos declaren guerras sucesivas en tantas partes de la tierra.