En plena convalecencia de la pandemia necesitaba espolearme, sentía que mi cuerpo y cabeza estaban distanciados, el cuerpo tenía sus dolencias y la cabeza quería ir a por mil. Es decir, un divorcio en plena regla. Así que mordía un folio por aquí, otro libro por allá, un ensayo acullá. Miraba los libros de la biblioteca y entre las estanterías asomaba el lomo de Koko Shijam, el libro andante del Marañón del escritor Walter Lingán, generosamente, la actriz Silvia Chávez Toro me había enviado desde Colonia con una nota que todavía conservo. Así que me puse a desmigarlo. Me dejó un buen sabor de boca cada relato. Te encandila ese peregrinaje del narrador de historias por las comunidades amazónicas. Además, del humor de Lingán que está presente en muchas de sus obras como en Miguel de Cervantes o Milan Kundera, el humor es un recurso literario que deshace situaciones demasiadas serias. El área del Marañón había sido visitada por Ciro Alegría – recuerdo como sonaba en sus páginas el Marañón con una mezcla de piedras y agua; el mismo Vargas Llosa con La Casa verde y creo que paramos de contar, salvo mejor opinión. Esa parte de Perú había sido poco recreada o como dice Romeo Bodei, “reformulada” literariamente. En esa franja de la floresta como en toda la Amazonía es una gran zona de contacto como dice la académica canadiense Marie Louise Pratt en Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación, la define, resumo atropelladamente, como el espacio en el que personas separadas geográfica e históricamente entran en contacto y entablan relaciones duraderas, que, por lo general, implican coerción, radical inequidad e intolerable conflicto. Pues bien, el libro de relatos de Lingán es una muestra de esa relación tensa en esa zona de contacto. La fuerte tradición oral amazónica al transponerla a la escritura no es tarea fácil como lo prueba Lingán con solvencia y oficio a través de estos sugerentes relatos.

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