En anterior crónica hicimos referencia a un cumbiambero que se había metido a escribir libros y que, inclusive, había sido condecorado por el lamentable Congreso. Consideramos que ello bastaba y dimos por cerrado el asunto. Pero nos equivocamos. Porque el tal sujeto se está volviendo famoso en el mundo de la escritura y no de la música. Una fama de pacotilla, un prestigio de segunda mano. Resulta que el citado fue invitado a participar en un evento dedicado a la literatura infantil y adolescente que se realizó en Arequipa. El cumbiambero dejó sus sones y timbales, abandonó sus instrumentos de costumbre, y participó como cacareado expositor. No conocemos el tenor de su discurso.

Pero, honestamente, debió referirse al hecho cierto de que los libros que escribe y publica han contribuido al ultimo lugar del Perú en comprensión de lectura. El libro escrito con la orientación hacia un público es siempre malo, porque mata la creatividad y se somete a una receta. Ningún escritor decoroso ha hecho semejante cosa. Y hoy en día pululan escribas de tres por cuatro que bombardean a las aulas con sus mamarrachos que detestan los alumnos de ambos sexos. El negocio es redondo si es que el Ministerio del ramo compra los derechos de autor. De tal manera que esa pésima escritura se ha convertido en una mafia sin salida porque el último lugar se repite cada año como una condena o un designio escrito de antemano.

La literatura infantil y adolescente es un invento reciente. No nació de una urgencia creativa, de una necesidad de aporte artístico. Surgió debido a que melenudos marqueteros detectaron el mercado cautivo de las aulas. En aras de copar esa ganga ciertas editoriales se dieron el lujo de buscar autores dedicados a los salones. Inventaron una narrativa para llenarse los bolsillos y se convirtieron en una plaga que conspira contra la lectura en las aulas de todo nuestro país. En ese rubro surgen, de pronto, autores desconocidos que suponen que eso es lo que les atrae a los infantes y adolescentes y escriben páginas mediocres que después meten en el índice de lectura obligada.

El cumbiambero aprendió bien la lección conocida y se ha convertido en un autor cotizado y codiciado. Tanto que su mamotreto para niños y adolescentes va por la cuarta edición. Nada menos. Es decir, apelando a maquinaciones, a compadrazgos y a otras maniobras nada santas, se ha convertido en autor obligado de los pobres estudiantes. No es el único caso, por desgracia. Pero es el que más nos llama la atención por el descaro y la falta de vergüenza que el cumbiambero pone de manifiesto para contribuir a ese último lugar en comprensión de lectura de los estudiantes de este país.

La presente fama literaria del cumbiambero es un atentado a la mínima calidad de la escritura para las aulas. No es posible seguir en el mismo patrón que oculta la desidia, la ignorancia y la falta de capacidad de las autoridades del rubro. Para liquidar ese contrabando se debería hacer lo que hacen otros países, países que ocupan los primeros lugares en comprensión de texto. Ellos nombran a una comisión de primer nivel que elije a los autores y las obras que deberán leer los estudiantes. Caso contrario, el cumbiambero seguirá ganando su billete con sus ridiculeces escritas y el último lugar se volverá eterno.