La vida es un cuaderno de ejercicios; los vamos haciendo sin saber jamás sí hemos dado o no con la solución justa
Santiago Alba Rico
Parto de la premisa que la literatura amazónica no debería ser una literatura marginal sino de márgenes. En esos márgenes podemos visibilizar la torpe y miope relación del centro con la periferia y adueñarnos, a su vez, de esos márgenes para replicar al centro y a la periferia. Es una doble gimnasia mental que no debemos desdeñar como el poderoso relato oral de los integrantes de pueblos indígenas de la floresta. La novela amazónica desde esta perspectiva debe replicar a propios y viajeros contra esas ideas hegemónicas (o fantasmales) que agobian la floresta como lo fue la idea de El Dorado, la tierra sin mal, el pulmón del mundo, entre otras quimeras que no nos dejan despertar para seguir nadando en el marasmo. Bajo estas premisas hemos revisado la novela de Jorge Nájar “El árbol de Sodoma”. El autor ha apelado a la invención de una ciudad del palustre Mayushín- Sodoma que como puede leerse puede ser cualquier ciudad de la floresta con sus sueños y pesadillas como lo son Macondo, Comala, Yoknapatawpha, Magina. No es gratuita esta ficción, las urbes de la realidad le parecían de poca credibilidad. El narrador es un deicida y necesita crear este mundo con sus propias reglas como el de regresar a Mayushín para purgar pasados y pecados. Para redimirse. En ese mundo frágil “El árbol de Sodoma” se mueve en la contradicción de volver a Mayushín- Sodoma donde los personajes vuelven para purificarse, para redimirse, para expiar sus culpas. Pero en la RAE puede leerse de ‘Sodoma’, ciudad que, según la Biblia, fue destruida por Dios a causa de la depravación de sus habitantes ¿acaso se vuelve a la cittá para diluirse, para desaparecer? Los booms que han estallado en la floresta ha conllevado a cierto desencanto de sus habitantes en contracorriente de los relatos de El Dorado, la tierra sin mal, el pulmón del mundo, en esta impronta se ubica “El árbol de Sodoma”. Estos derrumbes no sólo económicos han sido el fermento para el narrador. Además que la novela ha abierto un boquete en la tensión centro- periferia que había de Iquitos con otras ciudades de la selva. En ese sentido, tendremos a futuro una novela amazónica que integre también otros centros de la maraña. Es interesante también observar que la novela ha sido escrita desde el exilio. Teniendo un océano salado de por medio. Hay una equidistancia suficiente para sobrevolar lo que ocurre con la floresta e identificar nuevas cartografías. Finalmente, como decía el memorable T.H. Adorno, en el exilio la escritura se ha convertido en la patria de Jorge Nájar.