Las gallardas unidades motorizadas del ingeniero Brunner recorren vacías las calles de la ahora limpia ciudad de Iquitos. En ninguna parte hay algún  tipo de basura para recoger y llevar al botadero o relleno sanitario, por lo que esos camiones vagan sin rumbo hasta altas horas de la noche. El ingeniero no puede creer lo que ocurre en esa urbe que hasta hace poco producía 230 toneladas de basura diaria. Pero la población local en estos tiempos electorales no genera desperdicios. Así de impresionante es la cosa y el ingeniero debería buscar otro rubro para utilizar sus camiones inútiles.

La pequeña historia de esa milagrosa ausencia de residuos sólidos comenzó repentinamente. Comenzó cuando la municipalidad de Maynas lanzó un comunicado explicando la abundancia de basura en las calles y a continuación lanzó una  sentida y hasta desesperada invocación a la ciudadanía para que se deje de excesos y de desmanes y reduzca la producción diaria de basura. Parecía que la  súplica iba a caer en saco roto o en botella vacía, pero conforme pasaban los días las gentes decidieron generar menos desperdicios y no utilizar descaradamente veredas, esquinas o descampados para arrojar a horas inadecuadas sus residuos sólidos.

Hasta ahora es un misterio para este columnista la manera cómo hicieron los bravos iquiteños para disminuir drásticamente la generación de tanta basura cotidiana. Es posible que hayan dejado de comer frutas, de hacer parrilladas, de comprar cosas, de arrojar al suelo cáscaras y semillas para hacer caso a la invocación edil. Lo cierto es que de un momento a otro dejaron de aparecer los  habituales desperdicios en las calles, mientras los camiones de Brunner pasaban y repasaban en vano.  El único problema de la basura que queda es esa flota de camiones,  precisamente. Los camiones aparecen ruidosamente, se apoderan de las calles a horas inadecuadas y los recogedores entran a las casas  a buscar inexistentes desperdicios.