La demanda de san Sebastián
El perdido, remoto, marginado, caserío de San Sabastián será el termómetro más eficaz de la gestión gubernamental que hoy se inicia. Fuera de las manipulables cifras, de las dudosas certezas de los funcionarios que gozan de la mamadera palaciega, de las declaraciones optimistas del que manda, ese sitio no podrá ser otra cosa. Ni queriendo. Porque es la manifestación más dramática de la exclusión regional, de la marginación nacional. No es el único lugar, desde luego. El domingo pasado apareció ese caserío en el programa televisivo que conduce María Teresa Braschi. Ubicado en el drama del abandono fronterizo, en la orfandad secular de la intemperie limítrofe, allí no sirve la moneda peruana, no llega jamás acción de alguna entidad estatal, nunca apareció cualquier autoridad local.
Salvo un alcalde que después de ocho meses no devuelve un aparato que llevó para repararlo. Los moradores de San Sebastián se vinculan más a Colombia o Brasil. No solo usan sus monedas sino que, a veces, son atendidos por funcionarios de ambos países. Y gratis. Se sienten, sin embargo, peruanos del Perú al pie del orbe y otras mojigangas. Pero tanto amor a la ilustre blanca y roja, al país del chicharrón y el pollo a la brasa, no pude durar eternamente. Hay que hacer algo para sacarles de las patrias ajenas, de las atenciones forasteras. De la exclusión extremada.
El retirado comandante, varón corredor callejero y saludable maratonista mañanero, arribó a la mansión de Pizarro prometiendo la inclusión de esas aldeas perdidos y excluidas. Una y otra vez repitió el mismo mensaje. Pero hasta ahora sólo permitió que le marquen la agenda los señores que tienen la sartén por el mango y que creen que la inclusión social es dar almuerzos escolares, reglar mochilas o rifar cerdos entre los pobres. La demanda peruanista de San Sebastián no cesará en ningún momento. De otras aldeas también que en el Perú abundan.