LA COFRADÍA DE INÚTILES 

Entonces, en la sala de redacción del diario El Oriente, aconteció una concertada cita, una importante y decisiva reunión que nada tenía que ver con el ejercicio del periodismo escrito. Era el año de 1935 cuando ciertos ciudadanos calificados, preocupados por el progreso y las buenas costumbres, incentivados por el amor a la lectura, se juntaron para esbozar estrategias de acción, campañas cívicas, para sensibilizar  a los moradores sobre la importancia del libro. La ilusión era edificar la primera biblioteca de Iquitos.

El señor Leopoldo Charpentier, ese eterno candidato al sillón de Pizarro, ese alardeador de sus propias cualidades, ese mitómano formidable, era el presidente de la junta directiva, colectivo que  anhelaba imponer la lectura en un lugar donde el que menos podía jactarse de no necesitar de libros. Para nada. Ese colectivo era motivo de burla, pues a tantas personas parecía una secta de locos, una cofradía de inútiles, un grupo de retrasados mentales, que perdía  su tiempo en nada, en intentar abrir una sede de algo que no se iba a comer o beber.

La cofradía de inútiles, término que todavía hoy se puede escuchar cuando se habla de libros o de bibliotecas en Iquitos, consiguió lo que buscaba ya sea por intervención del azar, ya sea por bendición de alguna divinidad letrada de la espesura peruana. La sede de la primera biblioteca en la ciudad funcionó en la tercera cuadra de la calle Próspero, en un local alquilado, como no podía ser de otra manera. La modalidad para conseguir libros después fue el óvolo voluntario y providencial, la donación bien intencionada, la fiesta pública donde la entrada podía costar un libro. No la inversión de dinero del presupuesto. ¿Para qué gastar en algo inútil?  Después los libros pasaron a un ambiente del impresionante palacio edil que mandó construir el alcalde Palacios en la primera cuadra de la calle Napo.

El ambiente de libros de antes, tan mal ubicado debido a la agresión permanente del ruido callejero,  ahora no existe gracias a la demolición ordenada por un burgomaestre que dijo que allí, después, se levantarían oficinas ediles. No libros. Dichos lugares municipales no existen ni en pintura y el terreno vacío  es disimulado por un impertinente muro. La biblioteca de ayer fue trasladada al Parque Zonal a un local que inicialmente fue diseñado para museo. En ese lugar equivocado atiende en el presente. Nunca la biblioteca en Iquitos estuvo en su propia casa, en su lugar adecuado. Ello también es un factor que contribuye a ese deplorable último lugar en comprensión de lectura en un país que ocupa la cola en ese rubro a nivel continental.

En ese tiempo, hace 78 años, la búsqueda de la sede del libro por don Leopoldo y sus acompañantes era un acto heroico, pero tardío. Porque la biblioteca, como entidad socialmente aceptada, como parte del paisaje de cualquier jurisdicción selvática, había naufragado. Naufragó en tiempos coloniales en el triste incendio, provocado por los cohetes navideños de un cura, que se zampó 100 años de papeles, obras y manuscritos. Naufragó en el desmantelamiento de la Biblioteca de La Laguna en el momento de la expulsión de los jesuitas. El desierto prolongado dominó luego en ese asunto de los estantes y los libros y las bibliotecas brillaron por su ausencia.

La cofradía de inútiles, podría ser el nombre de la generación de autoridades que nada han hecho, ni hacen, para convertir a la biblioteca en la sede más importante de la ciudad iletrada. Es increíble esa desidia, esa renuncia, esa falta de iniciativa, para salir de esa retaguardia. El mismo nombre caería como anillo al dedo de los padres de familia, de los  docentes, de la sociedad iquitense en general, que admite el último lugar cada año como si se tratara de una broma y no reacciona ante esa desgracia que es, en el fondo, un asesinato del futuro.