LA CASA DE LA SUEGRA

No conocemos a ningún inspirado poeta de estos y otros lares y laberintos que, con fecunda garra y profundo amor, haya cantado a la suegra. Ni en cantina de mala muerte. Esa figura fue siempre motivo de rechazo, de burla o de desdén, lo que nada dice en contra de las madres de las esposas. El señor Alejandro Toledo, en su fuero interno y externo, en la turbia soledad de sus noches y con la ayuda del vaso repleto o del recuerdo del famoso avión parrandero, debe estar en estos días lamentando su destino de casado. Pero suegra hay una en cualquier parte y no se parece a ninguna, y el ampuloso, sobreactuado y autombero ex presidente tiene que afrontar tremendo lío debido a unas extrañas compras de la madre de su esposa, la viperina Eliane Karp.

El hombre de un supuesto pasado de lustrín, de la emblemática  chakana, declaró que la señora no le quería ni en masacre de perros y no aprobó inicialmente la amorosa relación de él con su revoltosa hija. Motivo más que suficiente para lamentar tantas cosas como el anillo de compromiso y el mismo casorio.  Pero ello no interesa. Porque esta semana que comienza hoy Toledo tiene que dejarse de cosas. Tiene que responder por las compras de esa dama, como si ya no estuviera en la mítica casa de su suegra, justamente, lugar a donde las abuelas o las madres nos mandaban cuando queríamos hacer lo que nos daba la gana. Hasta el presente eso hizo Alejandro Toledo con el feo asunto de las compras millonarias de la suegra. Pero no puede seguir en ese papel esquivo, evasivo, fintero.

La suegra para algo sirve. Y la casa de ella no puede seguir siendo el escenario de un supuesto relajo, de una pachamanca desbordada. Es por ello que Toledo tiene que mostrar pruebas de que nada tiene que ver con el blanqueo o el negreo de dinero. Debe demostrar a propios y extraños que todo es un malentendido, que esas compras fueron hechas dentro de los límites legales. Posiblemente, así y no de otra manera, se reconcilie con la suegra que le tocó en suerte.