ESCRIBE: Japhy Wilson
El martes 18 de abril de 2023, un intento de desalojo del asentamiento humano Villa Cruz por parte de la Policía Nacional, en el distrito de San Juan Bautista, fue resistido exitosamente por sus habitantes. Hubo varios heridos por ambos lados. Como es habitual en estos casos, la mayoría de la prensa local informó sobre el conflicto desde la perspectiva policial, en defensa de los terratenientes, y con menosprecio hacia los mal-llamados “invasores” y “traficantes de terrenos” quienes resistieron el desalojo.
Pero ¿cómo viven los desalojos violentos quienes luchan desde el otro lado? Durante los eventos de aquel día estuve junto a los habitantes de Villa Cruz. Esta es la historia desde su punto de vista.
En abril de 2012, alrededor de 100 padres de familias humildes, desplazados por las inundaciones de ese año, fueron en búsqueda de un lugar donde construir sus viviendas y criar a sus hijos. Encontraron un terreno baldío de 12 hectáreas a unos dos kilómetros del km 6 de la carretera Iquitos-Nauta. En palabras de uno de los primeros posesionarios: “Era monte alto. Hemos matado culebras acá. Grandes árboles hemos tumbado con machete… Hemos trabajado bastante.”
El terreno había sido otorgado a un empresario más de una década atrás por el Ministerio de Agricultura para “fines agrícolas.” Pero no había recibido ningún tipo de uso y cuidado. Debido a esta violación de los términos de la concesión, en 2014 el predio fue revertido al Estado.
En ese momento, el terreno ya albergaba el floreciente asentamiento humano de Villa Cruz, y sus habitantes esperaban la pronta entrega de su titulación. Pero en 2016, el empresario impugnó la legalidad de la reversión, y en 2020 un juzgado de Lima falló a su favor. Según los moradores, no había base legal para esta decisión, para la cual la corrupción era la única explicación.
Tras su muerte en 2022, las hijas del empresario exigieron el desalojo de los habitantes de Villa Cruz y la destrucción de su asentamiento humano. En abril de 2023, la comunidad recibió notificación de que se había emitido una orden judicial para su desalojo que se llevaría a cabo el día 18.
Villa Cruz ya incluía más de quinientas casas, muchos de ellos de dos pisos y de material noble. Sus habitantes habían llegado allá en circunstancias desesperadas y habían construido su comunidad de la nada en un terreno abandonado. No eran invasores sino posesionarios. ¿Por qué, entonces, deberían permitir que terratenientes ilegítimos y un sistema judicial corrupto les quitaran su hogar? En palabras de una maestra de la escuela primaria de Villa Cruz, hablando la misma mañana del desalojo:
“Salimos en busca de un lugar donde vivir, donde traer a nuestros hijos, donde traer a nuestros padres. Estamos acá ahora en pie de lucha… Están viniendo con policías, tractores, y matones … Somos familias humildes. Somos personas que estamos acá para defender la justicia. Dicen que no hay justicia. Pero nosotros queremos hacer hoy día justicia.”
Poco después de que ella hiciera esta declaración, recibimos la noticia de que la policía estaba ingresando por el camino que corre desde la carretera Iquitos-Nauta hacia Villa Cruz. Los hombres de la comunidad salieron a impedirles esta irrupción, acompañados de miembros de otros asentamientos humanos que apoyaban su lucha. En el camino construyen barricadas de árboles talados y llantas en llamas.
Pronto vemos cientos de policías antidisturbios, seguidos de varios «tractores» grandes – las máquinas que destruirán Villa Cruz una vez que la policía haya despejado el camino, y unos cincuenta «matones», supuestamente contratados por los terratenientes para proporcionar asistencia violenta a la policía.
Antes de que podamos alcanzarlos, las policías dispararon las primeras rondas de gases lacrimógenos, estallando en gruesas columnas de humo ardiente y asfixiante. Mujeres encapuchadas llegan con cubos de agua mezclada con vinagre para aliviar el sufrimiento de los hombres en primera línea.
Sin armas propias, los moradores no tendrían ninguna posibilidad de resistir el desalojo. A medida que las nubes de gases lacrimógenos se despejan, algunos hombres se adelantan, lanzando cócteles Molotov hacia las policías quienes avanzan rápidamente. Entonces alguien grita “están con perdigones”, y las autoridades empiezan a disparar a los jóvenes moradores en los brazos, el pecho, la cara. Uno de ellos tiene la frente ensangrentada. Llega alguien conduciendo una motocicleta y lo lleva a Villa Cruz.
Ahora aparecen hombres encapuchados con escopetas y armas caseras, y comienzan a repelar el fuego. La carretera ya es una zona de guerra, llena de disparos, explosiones y gases sofocantes. La policía sigue presionando, pero los moradores mantienen la línea, animándose entre el humo blanco de los gases lacrimógenos y el humo negro de las llantas quemadas: “¡Vamos vecinos, vamos!”
De repente se acrecienta el griterío: “¡Están retrocediendo!” Las policías han sufrido heridas y se mueven cautelosamente hacia la carretera. Todos empezamos a correr hacia adelante. Luego, un tipo frente a mí se derrumba, impactado en el estómago por una bala real. Lo llevan de regreso a través de las barricadas sangrando profusamente. Una mujer corre en la otra dirección gritando, “No sé dónde está mi marido.” Alguien señala en dirección a la policía y dice “Está en frente.”
Pero el camino por delante ya está despejando. Las policías se marchan, alguna columna de gases todavía puntuando el horizonte. “Ya hay una orden de retiro”, dice alguien. Increíblemente, los moradores han ganado la batalla. Pero el ambiente es sombrío por el camarada caído, que todos dan por muerto. Caminamos hacia la carretera en silencio. Más tarde nos enteramos de que sobrevivió.
Las últimas ráfagas de gases se elevan sobre la carretera mientras la policía completa su retirada. Un hombre parado al costado del camino blande un arma casera y ruge: “¡Vamos a hacernos respetar por los gobiernos corruptos!” Pasamos por los asentamientos humanos cerca de la carretera, y los moradores comienzan a corear: “¡El pueblo no se vende! ¡El pueblo se defiende!”
Cuando llegamos a la carretera, la policía ha desaparecido. Un centenar de personas humildes y triunfantes cierran la carretera, saltando en furiosa celebración de su victoria imposible.