Por Marco Antonio Panduro

Dicen que una señora se endeudó a través del préstamo “gota a gota” con tal de estar presente en el día de la inauguración, sumarse a la larga cola bajo un sol abrasador, y ¡por fin! hacer “shopping”, tal como manda la ley del consumo que pocos, muy pocos, a nivel del globo terráqueo, escapan.


La apertura de puertas, rimbombante, pomposa, casi teatral, del esperado, suspendido y retrasado Mall en Iquitos, al final del túnel vio la luz como una parturienta que ve a su bebé luego de un largo periodo de gestación. Esta mujer, que ha tenido que venir desde su pueblo, en bote –dicen–, recibió de su prestamista colombiano los 500 soles, de los cuales solo una parte tendría que haber estado destinado a unas cuantas prendas. Al final del día, tenía en la cartera menos de lo presupuestado para las compras, y en una bolsa con logo de consumidora preferente, apenas dos trapos que llevar.


Quizá las redes sociales han hecho que este “evento”, el de la inauguración del Mall, sea tomado con mucho humor de acuerdo al carácter festivo del loretano para quien la broma es un imperativo, espontáneamente le brotan por los poros “ocurrencias” que en ningún otro lado se pudieran imaginar. El humor, oral, sobre todo, va de la mano en el día a día. Es una forma de vivir y de sobrevivir.


Pero, casi a través de la ironía de sainete, en el fondo es una crítica a la lábil línea fronteriza entre las parcelas de lo formal y lo informal, entre el territorio mental de lo racional y lo disparatado, entre el mundo real rural y el urbano soñado donde se alternan con casi muy poca lógica algorítmica. Así, se han colado “reels” con gente amontonada al borde de la escalera eléctrica sin saber qué hacer, indecisos en qué momento dar el primer paso. También ha circulado jocosos memes como el de «¿Alguien sabe a cuánto está la bolsita de aguaje en el Mall? O el de una chica que frente a la cajera del KFC dice, más o menos así: «¿Y el broaster viene con inguiri? ¡Hay qué nervios, pero menos mal ya estoy practicando!».


Gilles Lipovetsky aborda este sello de consumo –entre otros libros– en La Felicidad Paradójica. El libro que sigue los pasos de la evolución de la sociedad consumista, lanza cifras, estadísticas desde el mediados del siglo XIX que van teniendo un crecimiento exponencial de manera incontestable y el pronóstico es ya un designio en la postmodernidad. No hay vuelta que darle, pues como dice, «el capitalismo de consumo no solo nació de las técnicas capaces de producir mercancías estandarizadas en serie. Es también una construcción social y cultural».


Históricamente ha clasificado en tres fases los momentos de consumo colectivo. La fase I, a partir de 1880 al término de la 2ª Guerra Mundial, es la de la democratización de los bienes, la de los grandes almacenes de rotación rápida. Es la fase la mercadotecnia y el consumidor moderno, educado y seducido por una nueva publicidad. En todo caso, esta lógica puede ser entendida cuando hay un tejido común: la segunda revolución industrial, el establecimiento de las grandes ciudades y sus grandes centros industriales, mas esta no es ni fue nuestra realidad iquiteña y por extensión loretana. Sobre un público carente, en su mayoría, de trabajo formal, más adocenados mentalmente, a los impulsos de la adquisición, nos han hecho saltarnos las fases primera y segunda.


«En la fase II aumentar el PIB y elevar el nivel de vida de todos se presenta como un “deber inexcusable” y toda una sociedad se moviliza alrededor de un proyecto de conseguir una cotidianidad cómoda y fácil, que es sinónimo de felicidad». Hacia 1950, los gastos de alimentación, en Francia, por ejemplo, se reducen de un casi 50% a un 20%. En ese mismo país se abre el primer supermercado en 1957, cuando en Estados Unidos ya había 2000. En 1973 habrá registrados 2500 supermercados y cerca de 4000 en 1980. Y así…
El Perú no ha estado exento de esto, a partir de su nuevo sistema de economía que ha traído cierto bienestar material, sí, pero segmentado y soterrado bajo una forma de servidumbre programada.


En esta fase, hay una lógica económica y técnica que es más cuantitativa que cualitativa. Pero recuérdese, en nuestro contexto que abarca hasta finales de los años ochenta –casi un siglo después de la primera fase–, en nuestras bodeguitas de antaño, los tallarines, los fideos, el arroz, el aceite, entre otros, eran anónimos todavía y eran despachados a granel.


La fase III, principalmente a inicios de los años 80, ya no es el momento centralizado, no hay lógica piramidal, ahora los grupos heterogéneos se yuxtaponen (turboconsumismo, la edad de la elección a la hiperelección), pues no hay límite de edad en el expansionismo comercial, jóvenes, viejos, hombres, mujeres, se cruzan a veces en los mismos deseos de un producto. Es el hedonismo epítome y la sobreactividad consumista (hiperconsumismo). Mas puede, empero, haber compradores compulsivos y compras de consumidores “racionales”, más educados, digamos.


Y el Mall, finalmente está aquí, con sus puertas abiertas. Se argumenta a favor que ha contribuido a la creación de más 5000 puestos de trabajo y que dinamizará la economía, aunque una parte de esto incluya hipotecarse de quincallas. Téngase en cuenta que en el Perú las tasas de interés son de las más altas de Latinoamérica en razón al alto nivel de morosidad de la clientela que accede a créditos.


No fue, ni ha sido ni es la cultura, el arte, el saber, o un proyecto educativo democratizador, a la placenta del recién nacido que ha roto un bisturí llamado postmodernidad, la insularidad iquiteña ha sido franqueada por las normas hedonistas del siglo XXI y del nuevo milenio.
No quiero imaginar los ánimos de aquella mujer que volvió a su pueblo, en bote, pensando ahora en cómo hará para pagar el dichoso préstamo.