La mandataria Michelle Bachelet está prófuga desde hace días y no asiste al juicio de la tremenda Corte Internacional de la Haya. Ocurrió que cuando se conoció la sentencia de los atildados y bastante farragosos jueces, ella cantó con sentimiento el himno nacional del Perú, bailó marineras y huaynos hasta altas horas de la madrugada. Después, ya en el ejercicio de su mandato gubernamental, se afilió a los comedores de gato o clan del curroñao, armó su orquesta donde brillaba el cajón incaico y, por último, abrió un restaurante donde expendía personalmente cebiche perulero. La sospecha de algo malo tramaba fue cuando se dedicó a jugar fulbito con el palto de Evo Morales
Cuando el presidente boliviano quería hablarle de la salida al mar, ella le respondía que estaba muy ocupada en cumplir con el mandato de los malabaristas jueces de la Haya. Pero cuando los diplomáticos peruanos le insistían en que había que delimitar la tierra y el mar, ella decía que estaba ocupada en arribar a un acuerdo con los marineros bolivianos que ya no quería nadar en tierra. Así quería pasarse de lista, como hicieron sus connacionales cuando crearon otro punto fronterizo que no existía en el acuerdo del 29.
En esas circunstancias apareció el presidente del Uruguay que quería meter la marimba en el Perú y no podía debido a la inseguridad jurídica para sus barcos exportadores de hierba, y tuvo que denunciar ante los enrevesados hayistas a la señora Bachelet. Ella no quiso acudir ante el tribunal alegando que no hablaba ni inglés ni francés, que se comunicaba en una extraña lengua donde se mezclaba el mapuche y el araucano, razas que según su información clasificada habían fundado el imperio de los incas. El resto fue su comparecencia, escoltado por varios intérpretes, ante los nada diáfanos jueces. Luego ocurrió su fuga hasta el día de hoy.