ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel
No sé si ustedes, colegas y políticos, pero este articulista extraña el trabajo de Jhon Gonzáles. Sus aciertos y errores. Más aciertos que errores. Sus cifras que llenaban de incredulidad a quienes tenían poca aceptación e inundaban de optimismo a quienes se sabían favoritos, sobretodo en época electoral. A los que estamos vinculados a medios de comunicación también nos provocaba las mismas reacciones, con obvias excepciones, que a los políticos. Porque si algo une a los periodistas y a los políticos, con obvias excepciones, es negar la realidad cuando nos es desfavorable y vociferar si las cifras son positivas.
Jhon Gonzáles fue un pionero en una ciudad donde es común juntarse a lo ya establecido y codearse con lo cotidiano. Cuando empezó los estudios de preferencias electorales, luego estudios de sintonía en los medios de comunicación y al poco tiempo los estudios de preferencias y aceptación en las gestiones le llovió fuego cruzado. Nunca se inmutó para reaccionar en los mismos términos que sus opositores. Sí, opositores al trabajo profesional que realizaba. Opositores a lo auténtico. Quizás los mayores dardos que recibió fue en la época que estuvo vinculado a la administración pública regional. Sin embargo, se resistía a maquillar las cifras porque de eso se trataba su trabajo. Un político que contrataba sus servicios llegó a decir sigilosamente en una oportunidad que Jhon Gonzáles era confiable en sus estudios. Un político que no contrataba sus servicios, pero que obtenía las estadísticas por él elaboradas, y se valía de los mismos para rediseñar su campaña llegó a decir en su momento que contrataba “encuestadores” sabiendo que le doraban la píldora y que se las ingeniaba para ojear los estudios de Jhon porque se acercaban a la realidad. Sólo ambas expresiones sobre su trabajo era, es, para respetarlo, eternamente. Extrañarlo, eternamente. Agradecerle, eternamente.
Jhon amaba las cifras. Por eso no las maquillaba. La exactitud era su virtud. Será por ese apego que su madre, Efrocina, al recordar el lustro de su muerte ha escrito: “Aquí, una vez más, cinco años hijo mío, 1825 días que te fuiste físicamente en un viaje eterno, pero de mí, de tu hermana y de tus hijas, no te alejaste, estás dentro de nuestras mentes y nuestros corazones, recordándote, amándote sin plazos y sin tiempo, como se ama a Dios y a uno mismo”.
Al leer ese escrito he recordado a Jhon. Y al hacerlo no he podido sustraerme de ver su figura entrando a las oficinas del diario, su hablar pausado, su parsimonia para responder a sus detractores con la más tierna firmeza, sus jugadas futbolísticas en los reencuentros de exalumnos agustinos, su tratamiento de “don, señor” a quienes creía mayores. Sí, y mientras escribo éstas líneas, ha sido imposible no sentir la tibieza de las lágrimas que bajan por la mejilla y notar el sabor salado de esa humedad que se convierte en dulzura al comprobar que no sólo sus familiares, sino algunos periodistas y políticos, recordamos con ternura a Jhon. No sólo por ser pionero sino porque defendía su posición y sus datos con la firmeza de quien cree en su trabajo y que los resultados de las encuestas están hechas para alegrar a unos y apenar a otros. Como nos alegra su legado y nos apena su partida.