Japhy Wilson

Fragmento 2: Ruinas del futuro

En su poema “Oración de los bajos fondos” el poeta iquiteño, Percy Vílchez, describe el Iquitos de hoy como una ciudad llena de grandes obras públicas arruinadas por la corrupción sistémica de los funcionarios políticos: “Oh, santo patrono de los huaqueros…/ Anhelo estar vivo y cutreando a cada rato…/ Hay tanto que robar en las ciudades / arruinadas, en las ciudades de hoy, / y quiero urgente mi tanto por ciento / de los desfalcos descarados, / de las malas obras,/ de los edificios que nunca se hacen. / Adiéstrame pronto, oh santo patrono, / antes que me ganen los demás, / los cacos de rueda libre, / los escapistas de saco y corbata, / los reducidores de oficina”. Pensamos, por ejemplo, en las torres de agua que dominan el horizonte de la ciudad, pero que no abastecen a la ciudad con agua suficiente para su población. Estos reservorios disfuncionales están marcados por la letra “R” y el número de orden que los identifica. Como comenta el antropólogo Alberto Chirif, “La población dice que el significado es ‘Robo 1’, Robo 2’…”. O pensamos en el mural deteriorado de la planta de Electro Oriente, con su promesa utópica de una modernización emancipadora, mientras que la luz que llega a Iquitos por el crudo quemado se corta de manera constante e inesperada. O la inmensa obra de alcantarillado en la cual el exgobernador de Loreto, Iván Vásquez, gastó más de 800 millones de soles y que nunca ha funcionado. Aquí estamos hablando, no de las ruinas de una modernidad perdida, como en ciudades como Detroit en el centro del sistema capitalista. Estamos hablando de ruinas del futuro: de una modernidad prometida, que en las ciudades ubicadas en la vanguardia del apocalipsis desigual y combinado del Antropoceno ya parece que nunca llegará.

En el Libro de los pasajes, Benjamin utilizaba el surrealismo de André Breton como metodología para captar las fantasmagorías de un emergente capitalismo consumidor, donde la realidad y el sueño se entremezclaban de una forma cada vez más inseparable. Pero este surrealismo onírico no sirve para captar las ruinas del futuro. En lugar de ello, necesitamos el surrealismo más apocalíptico de Salvador Dalí, quien buscaba “sistematizar la confusión y contribuir al descrédito total del mundo de la realidad”.

Esta me parece una metodología apta para intentar hablar, por ejemplo, sobre el Asentamiento Humano “Iván Vásquez Valera” en el distrito de Punchana de Iquitos, cuya población tomó el nombre del entonces gobernador de Loreto, para agradecerle por las grandes promesas que él había dado a esta comunidad inundada. Promesas que incluyeron casas, pistas, agua, y desague –el último a través de su notorio sistema del alcantarillado-. Como Gregorio Samsa en la novela surrealista La metamorfosis de Franz Kafka, que despertó un día para encontrarse transformado en un inmenso insecto, desde el surrealismo apocalíptico de Dalí, podemos decir que Iván Vásquez despertó un día transformado en un inmenso asentamiento humano. Hasta el día de hoy, el alcantarillado abierto que corre por el corazón de “Iván Vásquez” está lleno de los excrementos de Punchana, los desechos del hospital de EsSalud y los residuos de hidrocarburos de Petroperú. Cuando el camal municipal arroja la sangre de las reses sacrificadas, el alcantarillado discurre de un color rojo intenso.

Fragmento 3: Carretera de la desintegración

Iquitos es la ciudad más grande del planeta sin conexión vial, una anomalía en el contexto de lo que Neil Brenner llama la “urbanización planetaria”. De acuerdo con Brenner, el Antropoceno significa la obsolescencia de la distinción morfológica entre el campo y la ciudad, lo rural y lo urbano. En su lugar, Brenner argumenta que ahora vivimos dentro de una dinámica más fluida y contradictoria de “implosión-explosión”, en la cual la aglomeración del capital en los centros urbanos está relacionada de forma dialéctica con la expansión y densificación de redes de infraestructura de transporte y comunicaciones que enlazan el planeta entero. Pero a pesar de ser una metrópoli de más de 600 mil personas, Iquitos solo tiene una carretera de salida que corre por cien kilómetros y termina en la pequeña urbe ribereña de Nauta. Desde la perspectiva del apocalipsis desigual y combinado, en lugar de aparecer como el primer paso en una inevitable integración de Iquitos con las redes de la urbanización planetaria, el desarrollo de la carreta Iquitos-Nauta aparece como una visión de la desintegración urbana, en que la antigua morfología de la ciudad moderna explota y derrite, muta y hace metástasis, de forma más radical que la presentación racionalista de implosión-explosión en la obra de Brenner.

Tomamos dos ejemplos:

Primer ejemplo: La salida de Iquitos por la carretera a Nauta no está dominada por las grandes empresas globales de la aglomeración económica asociada con la urbanización planetaria, sino por una ola de “invasiones”, grupos de personas de bajos recursos económicos están convocados por mafias que invaden terrenos de propiedad privada, toman posesión de ellos, y construyen casas humildes, resistiendo con balazos a intentos de desalojo. Al mismo tiempo, las mafias “coimean” a funcionarios públicos para reconocer las invasiones como asentamientos humanos, a pesar de estar ubicados en propiedad privada. Esto es un claro ejemplo de la descomposición del Estado capitalista, que ya no cumple con su función más básica: la imposición y defensa de la propiedad privada.

Segundo ejemplo: En sus comentarios sobre el Antropoceno, Jack Halberstam habla de una “estética del colapso”, entendida como una forma de desorganización del espacio social, que adquiere una extraña belleza. Esta estética es evidente en los múltiples recreos abandonados a lado de la carretera, en las inmensas vistas de basura podrida, en los cuerpos destrozados de los animales asesinados por la velocidad diabólica de los volquetes sobrecargados con arena blanca extraída de zonas sobreexplotadas. A través de esta estética del colapso, la carretera Iquitos-Nauta participa en las dinámicas psicóticas de la aceleración capitalista captadas por Maximiliano Barrientos, autor boliviano del surrealismo apocalíptico: “Era un pequeño universo. Contenía todos los accidentes: autos haciéndose pedazos al caer a acantilados y al estrellarse contra otros autos y contra paredes de edificios abandonados. Todos esos vidrios y fierros eran hermosos, brillaban como estrellas”.