ESCRIBE: Japhy Wilson
japhy.wilson@manchester.ac.uk
Entre 1927 y 1940, el filósofo alemán Walter Benjamin escribía su magna obra, el Libro de los pasajes. Rompiendo con las convenciones de la escritura académica. Benjamin construyó el Libro de los pasajes como un compendio de fragmentos sugestivos en lugar de un argumento deductivo. En su opinión, la academia convencional proyectaba una coherencia y racionalidad sobre la realidad socioespacial del capitalismo contemporáneo que este sistema en sí no tenía. Así, la academia funcionaba como un soporte ideológico para sostener el sueño de orden y progreso que justificaba el caos y la destrucción intrínseca a la modernización capitalista. El Libro de los pasajes se enfocaba en la ciudad de París del siglo XIX como caso emblemático de este sueño. Para Benjamin París era la “capital de la modernidad.”
En este ensayo, quiero proponer una especie de Libro de los pasajes para nuestra época, que por supuesto es bastante distinta a los tiempos sobre los cuales Benjamin escribía. El horizonte definitivo de nuestra época no es la modernidad sino el “Antropoceno”. Este es un concepto fuertemente debatido, pero lo voy a definir como la época en que nos hemos dado cuenta de la catastrófica contradicción entre la modernización capitalista, basada en el crecimiento económico infinito, y un mundo de recursos finitos que están acabándose dentro de un creciente y aparentemente inapagable colapso social y ecológico.
El marco teórico para conceptualizar el Antropoceno no puede limitarse a la crítica de la ideología del progreso propuesta por Benjamin. El fracaso de esta ideología ahora es bastante evidente. Pero, aún así, seguimos avanzando con el mismo modelo de modernización, que Eduardo Gudynas ha llamado el “desarrollismo zombi”. Para escapar de ello, hay que invertir la antigua teoría critica del “desarrollo desigual y combinado,” y pensar el mundo en términos de lo que Evan Calder Williams define como un “apocalipsis desigual y combinado”. Es decir, ahora no es suficiente criticar las ilusiones y fracasos de las ideologías del “progreso”, “modernización” y “desarrollo”. Ahora tenemos que documentar la desintegración social que florece dentro del derrumbamiento de estas ilusiones. Y tenemos que buscar en las prácticas cotidianas las posibilidades de sobrevivencia y goce dentro los escombros.
La ciudad emblemática para este proyecto ya no puede ser París, un viejo nudo de la acumulación de capital en el centro de un sistema planetario desgastado. Al contrario, tiene que ser una ciudad en la vanguardia del proceso global de apocalipsis desigual y combinado. Hay muchas ciudades en el mundo que cumplen con este requisito. Pero quiero proponer que la ciudad de Iquitos en la Amazonía peruana –ciudad en donde estoy actualmente viviendo– puede ser interpretada en estos términos, como la “capital del Antropoceno”. Voy a desarrollar esta propuesta a través de siete fragmentos, parecidos en su forma a los fragmentos del Libro de los pasajes de Benjamin.
Fragmento 1: Metrópoli postapocalíptica
Iquitos es una ciudad postapocalíptica en al menos tres sentidos:
Primero: La acumulación originaria de la ciudad de Iquitos –la riqueza que es la base de su existencia– está fundada en la esclavización y el genocidio de los pueblos indígenas de la región de la Amazonía peruana, ahora conocida como Loreto. Iquitos fue el centro peruano del boom cauchero a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, lo cual la transformó de una pequeña aldea a una de las más modernas ciudades del Perú. La gran mayoría de la fuerza de trabajo de este boom fue obtenida de los pueblos indígenas locales a través de sistemas de endeudamiento y trabajo forzado, que fueron impuestos en muchos casos con torturas y asesinatos. El ejemplo más sistemático y sangriento de este proceso fueron las operaciones de la Peruvian Amazon Company, con base en la región de El Putumayo e incluida en la Bolsa de Valores en Londres, que fue responsable de al menos 30 mil indígenas muertos de los pueblos Bora y Huitoto. Como argumenta Kathryn Yusoff, el Antropoceno como apoteosis catastrófica de la modernización se basa en el apocalipsis anterior de muchos pueblos. Y pocas veces esta relación ha sido tan clara como en los orígenes de Iquitos.
Segundo: Gracias a este genocidio, el centro de Iquitos de la belle epoque fue adornado con exquisitos azulejos portugueses y españoles, y balcones de fierro de estilo Art Nouveau. Más conectadas a las grandes urbes de Europa que a su propia capital de Lima, sus élites lavaban su ropa en París, miraban los últimos estrenos del cine internacional y bailaban las canciones occidentales más de moda. Pero esta fantasía quebró con el abrupto colapso del boom cauchero en 1912. Los ingresos caucheros se evaporaron, las embarcaciones a Europa cesaron, y las élites cosmopolitas fueron a invertir su capital en otros lados. Como escribía José Carlos Mariátegui en sus 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana “La situación actual de Loreto es la de una región que ha sufrido un cataclismo».
Tercero: A pesar de este apocalipsis económico, Iquitos ha sobrevivido durante el siglo siguiente, en base a una serie de nuevos booms extractivistas: barbasco, palo de rosa, pieles, peces exóticos, animales vivos, y hoy en día el petróleo, el oro, la madera y la cocaína. La destrucción y contaminación ecológica causada por la extracción del petróleo y el oro en particular, y el desgaste progresivo de los recursos extraídos por todas estas industrias, están destrozando las bases de su propia sostenibilidad. Como en el caso del caucho, la demanda por estos productos esta ejercida por los mercados globales capitalistas. Como argumenta Jason Moore, el Antropoceno sería entonces mejor nombrarlo como el “Capitaloceno”.