Hay libros que se leen muy rápido y eso depende del ánimo (voraz) del lector o lectora, del entorno en que uno está envuelto. Hay otros libros que descansan en la librería de la casa muy tranquilamente y un buen día decides darle un pellizco y la magia te envuelve y no lo dejas hasta el final. Es una sensación muy dulce en cual recorres las emociones y la memoria. Son esos secretos y azares que existen alrededor de los libros, como lo fue Madame Bovary de Flaubert para Vargas Llosa o las novelas de caballerías para muchos escritores del boom. Es un espoleo mágico, que te remueve hasta la última cana que ha brotado unos días antes. Una amiga de caminos y sosiegos me decía que luchaba contra el sueño cuando leía una novela que le gustaba, si es posible se ponía esparadrapo en los ojos para que éstos no se cerraran. Hercúlea tarea. Un paréntesis: hay libros que a la primera página dices es suficiente, todavía no es el momento de abordarlo, seguro que llegará y hay que dejarlo. Sin embargo, hay otros libros que vas bebiéndolos muy despacio, como catándolo. Saboreas el gusto en el paladar, sientes hasta el olor de las barricas de la buena madera. Eso me ha pasado con la novela de Paul Auster “Informe del interior” donde el narrador hace una exploración con parte del utillaje de navegación hacia su mundo íntimo. Es husmear la memoria de uno mismo. Recuerda su infancia, su adolescencia y también sus primeros años universitarios. Su vida en París como traductor y escritor a hurtadillas y de no desanimarse en este oficio solitario. En uno de los capítulos hay un hecho que resulta curioso porque toma al cine, concretamente dos películas, y sobre ellas se recrea, claro, engordando más la ficción. Es un sesudo ejercicio de recrear la ficción. No es la primera vez que lo hace Auster. En una de sus novelas cuenta una biografía y en el capítulo siguiente inventa una historia teniendo como base esa biografía. Salud.