Por: Moisés Panduro Coral
Soy de aquellos que creen en la libertad. No creo en la libertad por pura declaración, no creo en ella únicamente como concepto filosófico y político. Creo en la libertad como valor, en su esencia y en su praxis. La libertad es inherente al ser humano. Sin libertad el ser humano no puede autodefinirse como humano.
Decía Platón, que el hombre, en cuanto libre, es creador de su propio destino, o dicho de otro modo, que la libertad implica el ser dueños de nuestra propia vida. Gozar de libertad, sin embargo, no significa tener carta libre para el libertinaje. De acuerdo al discurso platónico, es tener dominio de uno mismo, actuar con moderación, someter y vencer todo aquello que produce los vicios del alma y, en cambio, dar libertad a todo aquello que produce las virtudes.
Hay varios tipos de libertad. Por ejemplo, la libertad de asociarse proviene de la necesidad de saciar nuestro sentido de la pertenencia, de sabernos parte de una familia, de un grupo etáreo, un segmento social, una comunidad o un partido. La libertad de asociarse es tan legítima como es legítima la rareza de ser un ermitaño, un antisocial, un Robinson Crusoe por voluntad propia, o hasta un apolítico, lo cual no supone, de ninguna manera, la afectación de los derechos de los demás.
Sin embargo, es la libertad de pensamiento, la base de toda libertad. La libertad de pensamiento se entiende como el derecho de concebir nuestras propias ideas, de adscribirnos a aquellas que concuerden con nuestra visión, de cuestionar las ideas de otros, o de revisar y recrear las nuestras, todo ello sin coacciones, ni presiones de nada ni de nadie. “Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento, y muera el que no piense como yo”, es una frase atribuída a Voltaire, que eleva la libertad de pensar a la categoría de absoluta, vale decir, al encumbramiento de la libertad de opinar que surge de nuestra capacidad de procesar ideas, razonar sobre ellas y emitir juicios.
De esa fluidez racional, deriva otra frase muy popular del filósofo francés representante de la Ilustración: “No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo” que viene a ser la semilla valórica de la libertad de expresión que, a su vez, es un componente central, básico, imprescindible de la democracia, sistema idealista en el que se respetan los credos, los colores, las razas, las clases sociales, la diversidad de pareceres.
A la humanidad le ha costado siglos construir el basamento filosófico de la libertad de expresión, que, como decimos, tiene su sustento en la libertad de pensamiento. Es inaceptable, por ello, que la irracionalidad y el descerebramiento que se está experimentando en esta campaña electoral en Perú, pretenda coactar esa libertad con piedras, cascajos, huevos y amedrentamientos con el favor mediático de irresponsables que alientan el libertinanje, eso que Platón llama los vicios del alma, que es lo contrario a la libertad.
Tiene mucha razón Emilio Lledó, filósofo español, cuando dice en una entrevista: “A mi me llama la atención que siempre se habla, y con razón, de libertad de expresión. Es obvio que hay que tener eso, pero lo que hay que tener, principal y primariamente, es libertad de pensamiento. ¿Qué me importa a mi la libertad de expresión si no digo más que imbecilidades? ¿Para qué sirve si no sabes pensar, si no tienes sentido crítico, sino sabes ser libre intelectualmente”.
Dejémonos, pues, de imbecilidades, respetemos la libertad de pensamiento.