IMÁGENES CAUCHERAS EN LA HABANA (III)
En las calles populosas de La Habana de hoy, mientras los ciudadanos de ambos sexos hagan sus vidas de todos los días como siempre, no dejarán de estar relacionados, de una y otra manera, con el caucho. Donde quiera que vayan, ya sea que suban o bajen de los microbuses, que entren o salgan de las tiendas, que coman o pasen de largo por los restaurantes, que lean libros o que conversen distraídos en las esquinas, no podrán desprenderse de ese recurso que cambió la historia de la humanidad. Nada volvió a ser igual que antes de la transformación de ese don que salió en bruto del bosque.
La muestra de fotos antiguas, además de una evidencia de algo del pasado amazónico, es un alerta, una alarma. Es la exposición de la memoria dolorosa, de la memoria maltratada, por hechos terribles que cobraron víctimas y que algunos prefieren olvidar. Para que en ninguna parte de la tierra se repita esa nefasta historia es necesario recorrer esas fotos que adulteraron los hechos. Es necesario conocer algunos lugares del pasado, donde tantos hombres y mujeres tuvieron que morir en nombre del progreso ajeno, de la mejora de la calidad de vida de los otros, los que se mostraron sordos y ciegos en momentos de los aullidos de las víctimas.
La vida continúa después de la inauguración de la muestra de imágenes del ayer selvático, de esas fotos que nos remiten al tiempo de las caucherías. Pero su mensaje, el de la alerta de la memoria fracturada, de la memoria con maltratos, queda en la Habana. Desde luego, todos los moradores de esta villa no podrán ver la exposición. Pero en el ambiente de esa ciudad, en la conciencia cubana del presente, quedará por algún tiempo esa inevitable alerta. No en nombre del pasado, estación perdida definitivamente, sino del presente y del porvenir.