Salimos un jueves muy temprano y volvimos por la noche de Paris a Madrid. Un viaje rápido por trámites burocráticos que no siempre son sencillos, es la tortuosa modernidad que describía Kafka. Se enredan y estás en tierra de nadie, desamparado ante esos trámites de marras. Luego de casi dos horas del aeropuerto de Orly a Paris, el tráfico era lento y con atascos. El cielo de Paris amenazaba lluvia y la temperatura rozaba los cinco grados (en Madrid teníamos cerca de veinte, el cuerpo sintió el cambio de clima). Lo curioso es que en esa romería de coches nadie hacía sonar su claxon de su carro. Pareciera que no circulaban carros. En Madrid los automovilistas nada pacientes hubieran hecho sonar su claxon con varios decibelios, amén de recordatorio a la progenie pasada, presente y por venir. Ni les cuento de Perú. Es que nos fascina la bulla, el guirigay, la zarabanda. Un escritor peruano Gonzales Viaña contaba cierta vez que en Trujillo, su ciudad natal, casi sale sordo por el continuo pitar de los taxis y carros. No era la primera vez que estaba en París (la vez anterior no paré hasta encontrar la tumba de Vallejo y Cortázar), a mí me recuerda mucho esta ciudad a los pasajes de Rayuela pero contaba o narrada por el mismo Julio Cortázar y con la música de Miles Davis en Kind of Blue. Para mí Paris es incompleto sin antes no haber leído a Rayuela. Le hice a Fofó una petición que como amazónico quería estar por unos minutos junto al río, por esas vías empedradas y canalizadas del río Sena. No se paseaba nadie y disfrutaba por unos minutos como un pez dentro del agua. La asociación al agua, al río, es una suerte de purificación casi al paso. Tomando aires pasamos por Notre Dame, lleno de turistas con cámaras fotográficas (cual depredadores) y haciéndose banales selfis, huyo de ellos cuando los veo. Buscábamos la librería Shakespeare and Company y no paramos hasta encontrarla. Me gustó el olor a libro entre nuevos y viejos. Además de la historia de escritores y escritoras que encierra la librería. Por esta librería han pasado Poe, Hemingway, James Joyce, los beat generation entre otros En ese sentido, objetivo satisfecho. Detrás de Notre Dame, hay un puente sobre el río que en sus pasarelas está llena de candados, presumo que de adolescentes, que simbolizan amor eterno (realmente me pareció muy huachafo ¿el amor ata? No creo, más bien libera como decía Sartre, pero en fin). Pasas ese melodramático puente y te topas con el Mémorial des Martyrs de la Déportation. Es un Memorial en honor a los judíos que murieron en los campos de concentración nazi, un paso obligado en esta ciudad (como una alarma vigilante contra el mal). La sensación de encierro sacude al alma más fría. En menos de un mes he paseado por dos memoriales el de Kigali y este de París ¿me quieren decir algo? Así fue un París de horas.