Homofóbicos en La Habana
Siempre un taxista habla más de la cuenta. Lo cuenta todo, también. Esa es la zona de las putas y los travestis, ahí se besan, se abrazan, gritan, ríen. Antes se detenía pero de un tiempo a esta parte se los permite todo, dicen que la hija de Raúl está en esa onda y convence a su padre para que no los persigan. Eso dicen, nadie ha comprobado. Pero antes no se permitía todo esto. Nos señala el lugar y se nota gente de todas las clases, homosexuales, bisexuales, lesbianas y –de hecho- heterosexuales. Están cerca al mar Caribe. En la misma orilla. Se les salió el mar, digo.
No encontramos bar abierto que nos convenza y abrimos la puerta de uno que no provoca mucha confianza. Un par de cervezas es lo que pedimos y entre la docena de mesas hay un par con parejas que o ya han hecho o van a hacer el amor. En otra hay cuatro personas vestiditas como varones, hasta se podría decir que a la moda. A los pocos minutos llegan dos personas que juntas deben sumar 120 años, se sientan en la mesa contigua a la nuestra. Una de ellas se para y va a la mesa donde están los cuatro. Saluda con beso en la mejilla a uno y al otro le da un beso en la boca. Los dos están vestidos como hombres. Percy nota la situación también y ambos notamos la incomodidad. Pero nos quedamos callados. El que parecía hombre regresa a la mesa, muy cerca de nosotros. A los pocos minutos llega un joven, peluca contemporánea y mochila de vagabundo. Se dirige a la mesa de los cuatro y a uno de ellos le da más cariño del que se puede dar a un amigo. Ya más en confianza notamos que por lo menos dos de ellos tienen una tremenda apariencia de homosexuales. “Vamos ya de este lugar, habiendo tanto bar entramos a éste”, me dice Percy.
Esa misma mañana estuvimos en Santiago de las Vegas, un pueblito a 55 minutos de La Habana, y notamos un par de homosexuales. Uno en el mercado y otro por el terminal terrestre. Moderados, tranquilos. Pero dejaban notar su opción. Los miramos y seguimos el camino. Y es que a los que optaron por otra opción se los respeta. Ni modo. Y pensar que aquí en Cuba antes se los perseguía, encarcelaba, paleaba y maltrataba solo por ser diferentes. Ahora ya no. Pero igual, tanto a Percy como a este articulista nos cuesta acostumbrarnos a los besos entre personas con apariencia de hombres. Sea en La Habana o sea en Iquitos, igual es.