Deberíamos tener una definición de héroe que evite confusiones semánticas. Para los griegos de la antigüedad, que son los creadores del término, un héroe era un ser ubicado en una escala superior al hombre, aunque de ninguna manera esa posición privilegiada le hacía alcanzar la divinidad. Es decir, ser un héroe representaba un estatus especial que se confería a quien, después de haber vivido como humano, sufría una muerte heroizadora. Por eso, un héroe ya no es humano, ha dejado de ser humano para convertirse en un figura activa en el culto o en el mito.
Sin embargo, con el tiempo, el término héroe fue perdiendo su sentido prístino semidivino y adquirió un sentido humano y más amplio. Así, un héroe es alguien que destaca por sus habilidades extraordinarias y su inteligencia superior, posee rasgos de personalidad idealizados a partir de los valores que proclama su cultura de origen, tiene una sensibilidad por la justicia y se identifica plenamente con su pueblo. Esas cualidades hacen de un héroe un ser que no tiene temor de confrontar con el peligro en situaciones sorprendentes, llegando a morir de manera egregia –perdiendo o ganando- en un acto final y glorioso que sirve de ejemplo al género humano.
En esta definición moderna de héroe se encuentran los héroes de la Patria. Para señalar los más emblemáticos: Está el gran almirante Miguel Grau, cuya biografía, conducta ciudadana, experticia militar, generosidad y sacrificio en Angamos ha servido y sirve de inspiración a millones de personas. Está el coronel Francisco Bolognesi quien pudo haber aducido su ancianidad para no ir al frente de batalla; lejos de eso defendió la plaza de Arica con su vida hasta quemar el último cartucho. Está el capitán Abelardo Quiñones quien en Quebrada Seca pudo haber saltado en paracaídas cuando su avión fue impactado por el fuego enemigo, pero prefirió enrumbar su avión hacia el blanco ecuatoriano inmolándose en un acto heroico. Está el gran mariscal Andrés Avelino Cáceres que no solo demostró su sagacidad militar en la lucha contra el invasor chileno, sino que financió con la fortuna de su familia la campaña de resistencia en la sierra. Y está, por supuesto, nuestro epónimo sargento Fernando Lores Tenazoa.
En virtud a este concepto de héroe, discrepo democráticamente con mi compañera congresista Luciana León, quien presentó e hizo que se aprobara en la Comisión de Defensa del Congreso de la República, un proyecto de ley por el cual se declara héroes de la Patria a los 140 comandos Chavín de Huántar que la tarde del 22 de abril de 1997 irrumpieron en la Embajada de Japón para liberar a los rehenes secuestrados por el grupo terrorista del MRTA. No cabe duda que la liberación de los rehenes es un hecho histórico. Fue una operación militar exitosa que puso a prueba la alta preparación y la calidad de nuestras Fuerzas Armadas. Actuaron en nombre de un país que debe guardar respeto, gratitud y memoria por cada uno de los comandos, aunque no considero conveniente ni necesario que se los declare héroes de la Patria.
Si el propósito es liberar a estos valerosos hombres de la persecución insensata, malagradecida y latosa de algunas oenegés de derechos humanos que se alimentan de los dólares de reparación que paradójicamente le han ganado al Estado peruano, creo que lo más apropiado es que se busque otra fórmula legal que no sea cuestionada posteriormente, como podría ser, por ejemplo, una ley de punto final a los procesos judiciales en las que están inmersos los comandos Chavín de Huántar; o una campaña educativa sostenida y obligatoria que enseñe que el secuestro de personas, el terrorismo asesino y cobarde, no son compatibles con la libertad, los derechos humanos y la democracia.
Si el objetivo es expresar nuestra gratitud, pienso que en el mismo dispositivo, no solo debería establecerse una bonificación mensual, atención médica gratuita, medicamentos y educación universitaria mientras estén en servicio activo. Debería disponerse, además, que cuando tengan que pasar a retiro, estos valiosos soldados de la Patria gocen de una asignación especial de por vida superior a su pensión y tengan un reconocimiento periódico de alcance nacional al coraje que pusieron en el cumplimiento de su deber.
Es lo mínimo que un país agradecido debería hacer por ellos.