ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel
Quienes quieren razonar sobre el fútbol olvidan que es una pasión. Así que más pesa la cardiología que la neurología. Dos casos recientes nos llevan a ratificar esta aseveración. La contratación de Ricardo Gareca, “El tigre”, para dirigir la selección chilena y la llegada a Trujillo de Paolo Guerrero, “El depredador”.
Con el argentino hemos hecho y dicho lo que hemos querido, antes, durante y después de la clasificación peruana al Mundial Rusia 2018, luego de 36 años. Cerca de cuatro décadas y más de media docena de generaciones no habían disfrutado lo que es una clasificación a un mundial de fútbol. El tigre, con algo de suerte y mucha sapiencia, nos dio esa alegría. Y creímos que era bueno para todo. Así, no pudo clasificar al siguiente mundial porque permitió una parranda de padre y señor mío antes, durante y después del partido decisivo contra Australia. Luego de esa humillación, se olvidaron de los halagos y la gestión de Agustín Lozano quiso bajarle el sueldo de 318 mil a 123 dólares mensuales, según los informes de la época. Herido en su amor propio, no aceptó la rebaja y se fue. Desde su partida se hablaba de “El tigre”. Hasta un banco le tenía como símbolo. Firmar contrato con los chilenos hizo que se fuera el amor de los peruanos. Nos olvidamos que el fútbol siempre fue un negocio apasionado. En los meses posteriores a la clasificación si Gareca postulaba a la Presidencia de la República no hay duda que lo elegíamos y quizás lo hubiera hecho mejor que los que ocuparon esos cargos. Su contratación en una selección distinta a la peruana no es que nos duela tanto como que ha sido a la de Chile, rival histórico no sólo en el fútbol sino geográfica y económica. Así que dejemos que El tigre haga lo suyo en Chile y pensemos que la suerte peruana también puede darnos una nueva clasificación. En este lío de amor/odio en el que está envuelto Gareca, él ha sido muy caballeroso al decir que serán Juan Carlos Oblitas y Agustín Lozano quienes, si así lo creen conveniente, informar la verdadera razón por la que no renovaron el contrato para una nueva temporada.
Si el fútbol es pasión, Paolo Guerrero parece que olvida que también es generación. Con sus 40 años en el pecho y la espalda se equivoca si cree que va a ser medido con la misma vara. Ahí están Ronaldo, Messi y Ramos como ejemplos cercanos que “el tiempo pasa y no se detiene”. En todas partes El depredador había manifestado que su sueño era jugar en Alianza Lima, club al que no defendió nunca en el fútbol profesional. Estaba en sus manos hacer de ese sueño una realidad. Pero no contábamos con su bolsillo. Hasta que el club más sólido financieramente le puso la cantidad que Alianza no podía ofrecerle. Se habla de 140 mil dólares o algo así. Si con Cueva, cuevita, se gastó entre 400 y 600 mil dólares por seis meses, según confío en su momento uno de los directivos del club grone, es decir alfo así como 100 mil verdes mensuales, ¿no era posible gastar un poquito más por el goleador histórico? Luego del fiasco con Cueva Alianza no tenía ni ganas ni un mecenas que arriesgara similar cantidad. Así que, fuera de toda poesía, Paolo firmó por César Vallejo, sin anestesia, o mejor decir sin aguacero. Trujillo espera al ídolo y, ya pues, El depredador, está depredado. Porque así es el fútbol. Es un negocio y una pasión, donde ya sabemos qué prevalece.
En medio de toda esa pasión tendremos que esperar a los chilenos dirigidos por Gareca que sabe tanto del fútbol peruano como nosotros de sus cábalas. Porque en los tiempos de enamoramiento, tanto él como los aficionados, lo dimos todo. Mientras que en Trujillo, la ciudad de la eterna primavera, tendremos la oportunidad de asistir al otoño de un jugador que cree que la edad no es un motivo para retirarse.