Fitzcarraldo

Acabo de terminar un libro (uno que ha demorado en procesar y madurar más de lo que hubiera tolerado) cuando, de pronto, otro se ha asomado, haciendo aún más intolerable la depresión post literaria.

Entre otras cosas, soy cinéfilo, y una de mis películas favoritas es Fitzcarraldo, dirigida por Werner Herzog. Entre otras cosas, porque está hecha en Iquitos (pero no solo por eso, porque si no tendría que gustarme forzosamente Pantaleón y las Visitadoras – la pela  – de Lombardi). También porque Herzog está loco y tiene una noción casi mística de la profesión audiovisual. Pero, sobre todo, porque para mí es fundamental no poder dar con la historia detrás del mito.

¿Quién es Fitzcarraldo?

¿Por qué no se le conoce solamente como Carlos Fermín Fitzcarrald López?

¿Qué hizo para merecer que su nombre sea casi como un conjuro que remite a selva, a aventura, a locura, a crueldad?

¿Qué ha hecho que Fitzcarraldo sea inmortal, no siempre por las mejores? ¿Por qué es ahora un mito, no siempre noble?

¿Por qué hay cinéfilos y aventureros que invocan su figura de modo tan espectacular, casi religioso? ¿Por qué hay grupos y personalidades que lo considerar poco menos que un monstruo depredador del espíritu amazónico?

Uno se da una vuelta por Iquitos y siente el espíritu de Fitzcarraldo. Lo encuentra en el desorden y el caos callejero. Lo encuentra en el polvo que parece haber tomado por asalto, inconsultamente, la ciudad. Lo encuentra en esa suerte de acelerada euforia del tránsito y en los espacios donde conviven una galería de personajes zafados, virados desde su propio caos y entrometidos en un caos interior que se nutre del paisaje y la utopía.

Fitzcarraldo es una casa de turismo. Es un restaurant y es una calle céntrica. Es un libro. Es un largometraje y un álbum de fotos. Es también un conjuro mágico que fomenta la polémica e incendia cualquier cliché, apabulla los estereotipos.

¿Es simplemente un villano asqueroso que se hizo rico explotando a los indígenas amazónicos?

¿Es un hombre de avanzada que concibió la idea de encontrar en su afiebrado entusiasmo un espacio para la melomanía y el imperio de la sensibilidad?

Les soy bien honesto: no sé quién es Fitzcarraldo. Es decir, todo lo que dicen de él en los libros y en ciertos testimonios que apabullan su recuerdo. Pero Fitzcarraldo, bien lo sabemos, también apabulla la figura de Fitzcarrald López y le da una connotación desmesurada, infame pero a la vez humana.

Cuando uno ve la película y observa al protagonista – el zafado Klaus Kinski – se da cuenta que a veces la ficción supera a la realidad. Que el héroe/villano ha matado al ser humano. Que el intérprete somete a la figura y revela una cara que nadie había descubierto a trasluz.

Desde Fitzcarraldo (la película), Fitzcarrald López es Klaus Kinski. 

Desde Fitzcarraldo (la película), Mick Jagger es nuestro hombre en Iquitos y Huerequeque (el conversador y carismático bon vivant del balneario de Nanay) es un símbolo de las peripecias.

Desde Fitzcarraldo, Mónique Pardo ha entrado en categoría de inefable estrella de Chollywood al ser la única vedette que dijo que poseyó a una estrella de los Rolling Stones en un hotel cinco estrellas charapa.

Desde Fitzcarraldo, hay gente que sigue viniendo a Iquitos y busca información, visita todas las manifestaciones de vida que le permitan cerciorarse de que sí, existió una película, pero también una historia detrás.  Hay un turistels cinéfilo que se coloca en el punto donde se inicia la calle que intenta homenajear al cauchero/villano/pionero y termina en un lugar donde ahora los tractores rompen pistas y contaminan el aire de los citadinos.

Fitzcarrald se presentaba como un padre bueno entre los indígenas, a los que explotaba inmisericordemente.

Fitzcarraldo estaba obsesionado con la opera y quiso construir un barco que le permitiera ver su sueño convertido en realidad en medio de un infierno de lluvias, malaria y floresta.

Fiztcarraldo es un personaje imaginario que se ha vuelto tan real. Fitzcarrald López es un tipo de la vida real que acabó esfumándose, perdiéndose en su propia leyenda.

Un mito es atrapado por un cineasta de leyenda, genera uno de los rodajes más lamentables, desaforados, histéricos y paranoicos que se recuerden en la historia del cine y adquiere vida propia.

Fitzcarraldo es Herzog, sí, pero también son los gritos salvajes de Kinski, la desmesura del barco que se quiso construir, la memoria de un teatro con alambres de caucho perdido en medio de árboles y calor tropical.

Fitzcarraldo es el fantasma de un cauchero que hasta el momento, para bien o para mal, no puede descansar en paz. Es la locura de toda desmesura. Es el retorno a los orígenes. Es casi la vida misma, sin juicios de valor, sin hipocresías, sin delicadezas ni eufemismos.

Sobre eso escribiré. Espero no colapsar en el intento.

2 COMENTARIOS

  1. Hace pocos años me tope con una tumba desvencijada, y casi abandonada en el antiguo cementerio de Iquitos, me costaba creer que, uno de los pocos referentes de nuestra historia loretana (para bien o para mal) este asi de olvidado. Arana y Fizcarraldo, despiertan esa relación odio-amor, que pocos pocos coterraneos-Se tendrá que entenderlos en la justa medida, como hombres que encarnaron las ambiciones y veleidades de un tiempo, que ya pasó, y no necesariamente fue mejor.

  2. Hay tantas, historias dignas de ser contadas, subyugadas al olvido, por la mezquindad cultural centralista en esta parte de la Amazonia, si acaso, el de Fitzcarraldo, por ser mediaticamente el mas globalizado – para hablar en terminos actuales – es el mas conocido, sin embargo hay autoctonas historias de nuestro pujante desarrollo civil y cultural en nuestra tierra, desde como fue el encuentro de la cultura occidental con los aborigenes en nuestra tierra, la «culturizacion» cristiana, las luchas, vivientes hasta ahora, que merecen, ser plasmadas por los talentos, vigentes de una corriente, que observo con alegria sigue latente en los escritores amazonicos de ahora. No desfallecer en el intento, sino persistir en nuestra cultura,

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