El edicto edil de Maynas, que a la letra decía que quedaba terminantemente prohibido la quema de muñecos, parecía una de esas disposiciones que no iban a tener mayores consecuencias. Al fin y al cabo no era tan importante incendiar figuras vestidas con ropas viejas y que se parecían a algunas autoridades. De lo que se trataba era de evitar la contaminación y de impedir cualquier incendio sorpresivo. Pero antes de fin de año, cuando todos se preparaban para tragar y chupar como si el mundo se fuera a acabar, surgió un colectivo protestando contra la medida.

Era un colectivo conformado por ciudadanos que cada fin de año ganaban algunos soles haciendo figuras de autoridades que eran quemados con verdadero entusiasmo. Ellos no podían renunciar a ganar algunos soles y querían que les dejaran continuar con sus trabajos, mientras la gente imaginaba que se estaba haciendo una limpieza de los malos aires, la mala suerte y que las cosas iban a cambiar en el año venidero.  Pero los del municipio maynense negaron todo permiso y la fiesta iba a continuar en paz. Pero los hacedores de muñecos decidieron protestar quemando todas  las figuras posibles. Fue así como en la mayoría de calles de la ciudad aparecieron pequeños shuntos que cambiaron el espectáculo urbano.

Era una autentica hoguera donde se quemaban todos los rostros de las autoridades, funcionarios, asesores y demás servidores de diferentes entidades. Parecía un aquelarre brutal donde nadie se salvaba. Lo peor era que mientras se quemaban los muñecos los que eran calcados o imitados sentían fiebres y quemazones. Algunos echaban humo por sus narices y bocas. Era una carnicería y se evitó la tragedia permitiendo que los protestantes vendieran sus muñecos. Sucedió entonces que ese año se cerró con un verdadero festival de figuras que recordaban a todas las autoridades juntas, los cuales fueron achicharrados por los ciudadanos.