En este invierno de té de escaramujo cada mañana leía una curiosa noticia que un hombre de 95 años que había corrido en no sé cuántas maratones, casi llegaba a mil, ante la noticia dada por su médico que le aquejaba un cáncer optó por la eutanasia (en Bélgica está regulado esta opción que pueden tomar las personas ante un mal grave y que la decisión debe ser tomada en su sano juicio). Rechazó quimioterapias y radioterapias, dijo no. Quien ayudó o facilitó esta decisión fue su propio hijo, el sufrimiento de su padre sería mayor indicó. Esto levantó una polvareda sobre lo ético de esa decisión. Un hombre vital ante un mal de extremada gravedad por el tratamiento dijo me despido, me voy. Para ello reunió a sus patas con un café de por medio se despidió ellos, incluso hay testimonio visual (todos y todas sonreían). La noticia daba cuenta un dato cultural muy interesante que en Bélgica ante la muerte de una persona se celebra entre los más fieles amigos una ronda de café para recordar al amigo o amiga que se fue, que partió al otro mundo (si lo hay, porque hasta ahora nadie ha vuelto para dar testimonio de eso). Primero, claro, en la ronda de café hay lágrimas por la partida y poco a poco la dimensión humana del amigo o amiga que partió toma otro cariz. Crece. Se recuerdan anécdotas (muchas jocosas) que se terminan entre risas por las ocurrencias pasadas del difunto. Es una interesante manera de hacer duelo, de hacer memoria. De rendir homenaje al pata, al cumpa, al compinche en este tierra. Pero en este caso el amigo no estaba ausente, estaba ahí de pie, vivito y coleando. Alentando a los patas que no derramaran lágrimas, que se acordaran de los buenos momentos que pasaron con él. Es que la vida es para vivirla y luego ya se verá. Y este amigo maratonista murió en su ley y sin correr la carrera más chunga no por los obstáculos sino para su salud. Que descanse en paz.