En el  mundo de los diarios digitales presumo que el aprendizaje en las redacciones se da muy rápido, quien pestañea muere. Uno de esos aprendizajes y/o lecciones aprendidas era y es lo referente a la opinión de los lectores o lectoras en las noticias o en las columnas de opinión. En los primeros momentos ante una noticia o una opinión y en el espacio referido a los comentarios de los lectores uno se encontraba ante un mar revuelto de rencores, insultos, blasfemias de parte de estos [algunos llaman democratización de la red, me parece un mal uso de la palabra democratización; uno puede discrepar de opinión con el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa pero de ahí a insultarlo hay una laguna o una gran cocha de diferencia]. Mucho hígado, frustración o frustraciones personales, reniegos. El juicio ponderado estaba ausente. La crítica o el comentario de sindéresis de vacaciones o jubilado en una playa del Caribe. Más si estos denuestos eran amparados en el anonimato. Eran como los delincuentes que asaltan bancos con la cara desfiguradas por unas medias de nylon. Tenían licencia para todo: sobre todo para difamar. Me preguntaba ¿Qué una noticia o opinión daba para tanto agravio? Me ponía en el pellejo de quien insulta y ante cada insulto uno se da cuenta que lo retrata de cuerpo entero por más que haya habido un seudónimo. Se puede reconocer su perfil claramente, casi es una lectura psicoanalítica sobre estas personas que andan con la ponzoña en sus palabras y cuerpo serrano (en español peninsular quiere decir, cuerpo vital). Ante este tremendo desbarajuste que causaba la bilis de estos exaltados o exaltadas lectoras y lectores los diarios han optado por diferentes regulaciones, nombraré unas de ellas. Que los que opinen se inscriban previamente con las señas verdaderas en un registro, es una buena criba. Que se avise a los/las que opinan que sus apostillas no pueden difamar o insultar sobre la noticia o de la opinión, discrepar sí pero no vilipendiar y que el diario los puede retirar. Este espacio no puede ser el far west quien tiene una pistola dispara sin meditar. La libertad empieza por la autorregulación. Me parece un buen paso en este mar salino.

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