ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel / Los Caminos de la Vida
¿Será por esa “muerte” prematura que cuando papá vivía al despertarme antes del amanecer y aún con la penumbra nocturna corría hacia la cama matrimonial para comprobar que el pecho paterno se movía de acuerdo al latido de su corazón? ¿Será por esa fake news prematura vivida en infancia que muchos años después desoyendo las recomendaciones maternas me embarqué en el estudio del Periodismo con el que aún sigo ganándome la vida? ¿Será por esas muertes inventadas que con toda la experiencia del caso no me atrevo a publicar noticias mortuorias sin antes haber visto al muerto o, por lo menos, tener la convicción que no le haré revivir con la misma irresponsabilidad de haberlo matado?
Estaba camino a la clínica con Maurilio y el aviso de mensaje grupal dice: “Acaba de fallecer hace aproximadamente 40 minutos el 2 veces presidente regional de Loreto Iván Vásquez Valera debido a un Paro cardíaco fulminante en la clínica Selva Amazónica”. Y no es de un grupo cualquiera. Es de gente más o menos informada. Pero, ya sabemos, los fake news han sido creados para todo público. Llamo a Iván Vásquez y no contesta. Tres intentos y nada. Acudo a su esposa. Maggy me contesta con la naturalidad de siempre. Al toque pienso que estará bajo los efectos de un poderoso calmante. Pero ella me calma: “Seguro llamas por su muerte repentina, le acabo de dejar descansando -no en paz, se entiende- y ha puesto en mute su celular porque no paran de llamarlo”. Luego del periplo limeño regreso a casa y mi madre, luego del susto que se pegó, me comenta que una amiga “del adulto mayor” me llamó para preguntarme dónde le velarán a Iván. “Le hubieras dicho que en el local de la Logia, en la Nauta”, le digo sonriendo mientras veo en el celular que “el muerto” me está llamando. No le contesto.
En esos días maravillosos de cierre de edición y donde la confirmación de las noticias era la divisa, como siempre debe ser en una redacción que se respete, recibo una llamada afirmando: “Ha muerto Pepe Sibina”. Héctor Tintaya, periodista de los buenos que ha pasado por la isla, nota mi asombro y cuando cuelgo me pregunta: ¿quién ha muerto? Le contesto y antes que termine la frase ya estábamos en la moto camino a la cuadra siete de Putumayo, donde el carismático Pepe vivía por esos días convaleciendo de una enfermedad que finalmente provocaría su muerte. Por esos días todos andábamos preocupados por la salud de Pepe. Mientras yo esperaba en la moto -porque siempre me ha provocado un distanciamiento las notas mortuorias- Tintaya toca el timbre y quien abre la puerta fue Pepe Sibina. Disculpa, Pepe, es que nos llegó la información de tu muerte, le dijo entre risa y asombro. Héctor salió disparado del patio y se montó en la moto. Dejando al supuesto muerto.
Se había producido una de las invasiones más violentas “al fondo de la Putumayo”. Pobladores habían tomado lotes y la Policía ingresó para desalojar de lo que era territorio de una empresa importante de Iquitos. Llegados los reporteros encontramos dolor y llanto. Al ver que lanzaba mi informe para RPP Noticias un hombre se acerca llorando desconsoladamente para decir que su hijo de apenas dos años acaba de fallecer asfixiado y que el cadáver ya está en el hospital regional. Dramatizando como debe ser ante semejante drama y despotricando de los policías insensibles que ni siquiera la muerte de un niño pudo detener terminó la nota con el consabido “directo en directo, desde el mismo lugar donde la Policía mató a un niño de tan solo dos años, informó Jaime Vásquez para RPP Noticias”. Quién diría que mientras me alejo del lugar una mujer se acerca y me dice en tono de confesión: “joven, no se ha muerto nadie, ese hombre es un vividor, vete al hospital si quieres”. Tocado en el orgullo profesional de saberse mentido, voy al hospital. Ningún muerto, apenas unos heridos, pero de otros accidentes. Nadie murió, se confirmaría después.
No sé si era de madrugada o recién comenzaba la noche. Todo estaba oscuro. Me desperté en la casa de Putumayo ante el insiste golpe de puerta de mi tía Viña -quien vive a tan solo tres casas de la nuestra- que acompañaba su insistencia con una frase así o parecida: “Julia, en la radio están diciendo que Carlos ha muerto en un accidente, Julia, Julia”. Ante esos gritos atiné a cubrirme más el rostro y prestar atención a quién respondía, y cómo, esos gritos desesperados. Esperaba lo peor. La confirmación de la muerte de Carlos Toribio. Escucho que abren la puerta y un grito más destemplado de la hermana de papá: “Pero tú estás acá”. Carlos Toribio, despertado antes que Julia Judith con esas vociferaciones de sepelio, abrió la puerta para, sin pronunciar palabra, demostrar a su hermana que la noticia de su muerte no era tan cierta. ¿Qué había sucedido? La explicación llegó de la manera más simple. Un señor de nombre Carlos Vásquez llegó al hospital y murió por un accidente. Vivía en la cuadra siete de la calle Putumayo. Dada la noticia que Carlos Vásquez que vivía en la calle Putumayo murió repentinamente en un accidente, la tía Viña no dudó en correr a avisar del hecho a la familia de quien creía había muerto.
Así que los fake news no son ni nuevos ni tampoco desaparecerán. Vivirán con nosotros a pesar que en el camino dejen muertos cercanos o lejanos. Lo importante es que sepamos vivir con ellas y preservemos la profesión.