Luis Tafur Rengifo

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ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

Luis Alejandro Tafur Rengifo ha tenido que morir para que quienes le odiaban escribieran palabras insostenibles y nada sinceras en estos tiempos de redes sociales. Su muerte, tan previsible en los últimos meses, ha provocado lo que es común en los personajes mediáticos: postiza solidaridad mezclada con hipócrita interés por el difunto. Y, una vez más, nos ha desnudado como sociedad. Admitámoslo, somos hipócritas.

Recurro a varias personas que le conocieron en vida por más de tres décadas y, con diversas variaciones, todos coinciden en señalar que quien en vida fue uno de los dos -no me pregunten quién es el segundo, por favor- conductores de radio contemporáneo más cultos ha sido también un ser con poca humanidad. Déspota. Ególatra. Demagogo. Hipócrita. Egoísta. Ermitaño. Exitoso. Famoso. Controvertido. Añadido a esto su homosexualidad que, muchas veces, le valió los más altisonantes insultos de quienes han hecho de la radiodifusión loretana una gritería que se asemeja a putería y rima con chanchería, con el perdón de los chanchos, si quieren. Era un buen conductor radial, no llegando a extraordinario.

Era un personaje entretenido y divertido. Mezclaba en público y privado su fanfarronería que, en sus labios, adquiría la categoría de frases célebres. Dominaba algunos idiomas, lo que le servía para mezclarlas -fonéticamente- con su castellano impoluto. Por esas condiciones -que algunos consideraban innatas- se ganó mi aprecio -que después se convertiría en desprecio, ya les explicaré por qué- y me permitía frecuentar su estrecha solitaria habitación/biblioteca en Pasaje Garisho, últimamente.

Tenía una costumbre infrecuente por estos tiempos: adquirir libros al contado y estar enterado de las novedades bibliográficas en habla castellana. Poseía una de las mejores bibliotecas personales de Iquitos. Tenía en ese espacio privado muchas cosas que había conseguido de los trabajos públicos que el sólo favor político le concedía. Así, pasó por el Museo Amazónico, que nunca llegó a tener la condición que la pomposidad verbal de él le concedió. Fue director de la Biblioteca Municipal y, quienes le vieron en ese puesto, hoy recuerdan con cierta broma las veces que llevaba libros a su domicilio para no devolverlos jamás. Eso no sólo es un hurto agravado sino un delito de lesa humanidad, ¿no? El último trabajo burocrático que ostentó por las mismas razones de siempre le llevó a defender la Biblioteca Municipal Virtual “Joaquín García Sánchez”. Añadido a su desorganización horaria, el lugar presentaba y presenta aún fallas en su construcción y mobiliario. Pero eso a él no le importaba, mientras mensualmente le llegara el pago por un trabajo que no realizaba.

En un pueblo donde los pobladores son radiofónicos él fue el último en ser el líder de sintonía de la Amplitud Modulada. “Unomasuno” fue una creación de Luis Weisselberger Vílchez que hizo de Radio Amazonas una emisora de sintonía obligada en las mañanas noticiosas de Iquitos. Por las mismas razones que se distancian siempre los propietarios de medios de los periodistas, fue retirado por Teddy Bendayán Díaz, quien (¿recuerdan los de base cinco y menos?) emprendió en su emisora una campaña llena de insultos hacia Tafur donde su homosexualidad y demás características eran ventiladas en la misma frecuencia que él ayudó a impulsar. Detalloso más que detallista, por esos meses de su vigencia en Radio Amazonas había hecho que se instale una ducha cerca a la cabina de transmisión porque -afirmaba- necesitaba bañarse antes de comenzar su histrionismo. Sí, lo que hacía en las cabinas era puro histrionismo. Pura finta. Maquillaje, si prefieren. Todo eso que le llevó a triunfar en AM lo trasladó a la FM donde era requerido por todos los programadores. Así se mantuvo hasta el final de sus días, a pesar que muchos -aún años antes de su muerte- le querían sepultar, pero no pudieron.

Recuerdo que, motivado porque su voz era un parlante en la ciudad, fui encomendado por mi hermana Lula para que leyera un texto publicitario de Unique, que por esos tiempos empezaba su presencia en Iquitos. Él, siempre fiel a su estilo, pronunciaba “Llunic”. No había forma que hablara correctamente y nadie podía convencerle que las palabras tienen reglas de pronunciación. Él tenía sus propias reglas fonéticas que muchos no sólo recuerdan, sino que grafican como elemental en su biografía. Puede que tengan razón.

Otro paso importante en su trayectoria ha sido la fundación de “Eureka”. Ahí dictaba cursos de todo tipo. Desde computación hasta locución. Sus aulas eran un desastre. Y la formación que recibían los incautos era precaria. Paupérrima, para usar una palabra que tanto repetía en su afán de no sólo ser sino parecer culto. Contrataba profesores eventuales para sus embustes. A la mayoría les aplicaba aquello que es una máxima en el mundo donde prevalece “el perromuerto”. Es decir, las deudas antiguas no se pagan y las nuevas se deja que envejezcan. Llevados por la curiosidad y por afán de conseguir un trabajo en las emisoras -porque la propuesta de enseñanza venía en combo: los mejores tendrían trabajo asegurado en las cabinas- muchos jovencitos se matriculaban en los cursos pero pasaban por las aulas y se quedaban en la habitación, más allá de las horas pedagógicas. Se puede contar con los dedos de las manos a quienes hoy, gracias a Luis Tafur, se han iniciado y quedado en el mundo de las comunicaciones, no necesariamente los micrófonos.

Cuando ambos nos apreciábamos frecuentaba su vivienda para escribir su biografía, que me sigue pareciendo interesante. Llegué a preguntarle -hace ya varios años- por qué, como lo habían hecho varios personajes públicos, le costaba admitir su homosexualidad que era pública y notoria. “Ay, Jaime, mi mamá se muere, no quiero darle ese dolor”. Y, claro, idolatraba a su madre, tanto como despreciaba a su padre. Todo un personaje, ¿no? Por su forma de ser y todas las condiciones que fue cultivando en vida, será recordado como alguien que hizo de la radiodifusión un motivo de vida. Incursionó en la televisión sin mucho éxito. Practicó la prensa escrita haciendo sus pinitos en una publicación esporádica que se imprimía en la calle Grau y, muchos años después, fue redactor principal en el semanario “Kanatari”, pero eran los tiempos de las vacas flacas, posteriores a lo que fue el apogeo del Frente Patriótico de Loreto que, recuerden pulpines, le declaró la guerra cuando esa declaratoria era casi una muerte civil decretada por los dirigentes de la época que se computaban “la conciencia rebelde de la patria” cuando, precisamente, el tiempo demostró, que carecían de conciencia. Comenzó en Radio Eco por un pedido especial del entonces alcalde de Maynas, Rony Valera Suárez, quien no sólo era su amigo sino su benefactor, como lo fueron de distinta manera los demás alcaldes, incluída Adela Jimenez que lo puso en la Biblioteca Virtual. Fue ese puesto que marcó nuestro distanciamiento. Comenzamos a criticar la mala obra y los beneficios que gozaba como burócrata y dejó de contestarme el teléfono.

Cuando nos enteramos de su muerte, ya anunciada, Salvador Lavado -el reportero que le hizo la última entrevista para la televisión y le perseguía para lograr su versión- me preguntó si iría al velorio. Le contesté que no. No me provocaba asistir. Le conté sus desplantes y Salvador -por algo llevará el nombrecito- me dijo que si le pedía, él iba conmigo a su casa para lograr conversar. Y me arrepiento de no haber insistido y acudido a su casa para explicarle que nuestra chamba, su chamba, es así. Lamento no haberle despedido aún sabiendo que el cáncer a la próstata había desmejorado su salud y le llevaría a la tumba, entre otras cosas, porque él no quería ser llevado a Lima para un mejor tratamiento. Los últimos días tenia que ayudarse de accesorios médicos para llegar a la cabina y su estado era tal que, me cuentan, el administrador de la radio hizo malabares en la programación para que no asistiera de madrugada y lo haga al mediodía. Fue el mediodía del lunes 4, víspera de su muerte, que se despidió del noticiero implorando a Dios. Se le escuchaba apesadumbrado y su voz no era la misma. Lo que sí no lamento es haber desistido de ir a su velorio. Porque, más que en otras oportunidades, he leído en las redes los comentarios más hipócritas que recuerde y varios se han autocalificado como sus alumnos cuando él no quería ser profesor de nadie. Y, a su estilo, despreciaba a los ignorantes, a quienes llamaba incultos y, también, discriminaba a la gente por su condición y color de piel. Converso con una de las personas que se inició en el mundo de la radio junto a él y me pide una frase que explique las barbaridades escritas sobre él, yo le digo: Está recibiendo de su propia medicina.

Ojalá Luis Tafur Rengifo sea recordado en su exacta dimensión, sin subestimarlo ni sobredimensionarlo. Como un ser memorioso en un pueblo que fácil pierde la memoria. Como la perdieron aquellos que en vida le insultaron y vejaron y cuando murió trataron de salvarse del infierno, si ello existe, lanzándole loas que, dicen, él los leería. Eureka, para decir.

LLAMADA Practicó la prensa escrita haciendo sus pinitos en una publicación esporádica que se imprimía en la calle Grau y, muchos años después, fue redactor principal en el semanario “Kanatari”, pero eran los tiempos de las vacas flacas, posteriores a lo que fue el apogeo del Frente Patriótico de Loreto que, recuerden pulpines, le declaró la guerra cuando esa declaratoria era casi una muerte civil decretada por los dirigentes de la época que se computaban “la conciencia rebelde de la patria” cuando, precisamente, el tiempo demostró, que carecían de conciencia.

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