«Último día en Kigali. En 8 días no escuché ninguna sirena de bombero, ambulancia o policía. No vi a nadie fumando en la calle porque está prohibido fumar en público. No escuché bocinas de autos o motos. Está prohibido beber licor durante el día. Católicos, cristianos y musulmanes conviven en paz. ¿Discriminación? ¿Qué es eso? La gente respeta a los políticos. Las bolsas de plástico están absolutamente prohibidas y el Gobierno ha emprendido una campaña de “despapelización” del Estado. Si se puede enviar por mensaje o correo ¿para qué imprimirlo? No, no es un país perfecto pero se esfuerzan por vivir mejor respetando las reglas». Estas líneas pertenecen a Fajri Rouillon Valencia, nuevo amigo de Facebook y compañero de viaje junto a Chema Salcedo.
He releído varias veces el párrafo mientras camino por las calles de Kigali. Mientras me revolotea en el cerebro las mil imágenes de la gente, del tránsito, de los árboles, de los policías, de los escolares, de las autoridades, de los ambulantes, del mercado. Ese párrafo resume en gran medida la realidad de esta sociedad africana. No sé si el autor se habrá dado cuenta, pero en esas líneas está implícita la pregunta: ¿Por qué no podemos ser así? Siempre es la misma pregunta cada vez que uno sale del país, ni bien cruzar la frontera.
La gente camina con una tranquilidad por las calles, digamos que se haría lo mismo por las últimas cuadras de la calle Próspero. Los policías de tránsito hacen poco uso del silbato y cuando lo hacen el sonido no es ensordecedor ni constante. Los árboles tienen un lugar preferente porque hace algunos años se implementó como política nacional la siembra de especies que hoy dan sombra y tranquilidad a los transeúntes. Los policías no están en busca de infractores para pedirles un «yo te colaboro para que me colabores». Los infractores no son colaboradores eficaces de los policías en la coima porque simplemente si no tienen sus papeles en regla no circulan. Los escolares, algunos tomados de la mano como muestra de hermandad y compañerismo, caminan por la vereda, con una tranquilidad que solo pueden dar el sentirse seguros. Las autoridades cumplen su función y no hacen sentir su presencia, pero no están ausentes, hacen lo que el deber manda. Los ambulantes ocupan la vía pública pero no distorsionan el paisaje y no se creen dueños de lo que ocupan momentáneamente. Hay varios mercados. Uno de ellos, el más parecido a «nuestro» mercado Belén, huele a verdura fresca, frutas del día, los vendedores de tilapia están uniformados con túnica blanca y las gallinas están en corrales vivirás y coleando para que sean matarás cuando el cliente lo solicite.
Los ocho días en esta ciudad han volado. Han volado por mi cerebro ideas descabelladas. Han sido intensos y tensos, por la cantidad de trabajo y porque desacostumbrado a los controles tuve que borrar fotos prohibidas. Chema, gran impulsor de esta aventura periodística, está tan deslumbrado como Fajri y este articulista. Hemos prometido volver. Porque aquí se respira selva, y no de cemento, sino de paz, tranquilidad y, además, con esta visita el proyecto recién empieza.