La ola de calor por Europa tiene a todos en alerta, en el sur de Europa los termómetros no paran de subir. La sensación térmica de calor es mayor, a ratos me recordaba las mañanas de Bissau, la capital de Guinea Bissau, donde sentía que los rayos solares querían penetrar en la piel y caminabas unos metros y estabas embadurnado de sudor e ibas corriendo a beber agua de un botellín. El calor seco agobia más, por eso muchas veces prefiero el frío al calor. Con el frío puedes leer con más comodidad en cualquier lugar pero con el calor hay que buscar un lugar adecuado porque te saca de tu zona de confort donde leías plácidamente un libro. La lecturas de verano pienso que deben ser ligeras, no libros pesados o de gran calado porque el tiempo no ayuda, el cuerpo como en las prendas está pidiendo a gritos algo muy liviano. Una vez mientras revisaba títulos en una librería, en pleno estío, un joven con aspecto de surfista: cachas, cabello largo y barba crecida – le faltaba la tabla, hurgaba en las librerías e iba desechando unos libros de otros. Se rascó la cabeza y luego de meditar comenzó la selección hasta que se dispuso ir a la caja como cinco novelas para comprarlas. Salió con cara de contento y con libros bajo el brazo. Al verlo en la estantería de libros de bolsillo me acerqué disimuladamente a ver lo que él se llevaba en mano. Confirmaba mis sospechas. Él no escogía libros de literatura de honduras, ni de filosofía, su opción era de libros que lectura fácil para el verano ¿novela histórica? Hago la referencia con la mejor buena fe, no con la carga peyorativa sobre este tipo de narrativa o escritura, pero por lo que me comentan, no son novelas de complejidad temática ni formal pero que mantienen atrapado a los lectores hasta la última letra, lo digo por eso. Que se puede leer sin tanto bache o con un lápiz en la mano para ir trazando complejos y enrevesados mapas. Por eso muchas veces hay que ir a la contra en este acalorado estío y comprar un libro que te rompa la sesera.