Cuando estudiaba el curso sobre el Holocausto [que por cierto la palabra ha sufrido transformaciones no muy positivas en su desarrollo, Giorgio Agamben lo señala muy bien en el libro, Lo que queda de Auschwitz] una de las lecturas recomendadas fue la de Modernidad y Holocausto de Bauman y desde ahí he estado atento a sus reflexiones. El profesor es de origen polaco y vive en el Reino Unido, huyó de niño de los brotes antisemitas. Ese libro citado es lúcido para estos tiempos desnortados [te ayuda entender lo que pasa en este viaje en aguas procelosas del modelo único] donde nos señala el peso y precio de la modernidad capitalista en estas muertes. Es un texto perturbador que nos dice que eso lo que ocurrió no fue casualidad. Te deja malhumorado. Con tamaño horror no se admite la complacencia con lo sucedido, como a veces, hay algunas voces que quieren pasar página sin reflexionar con lo sucedido en el caucho, en la floresta peruana. Luego están sus libros sobre la modernidad líquida que es el tiempo o período en el que vivimos. Donde el azoramiento y la precariedad prima. Él indicaba que en el momento actual no hay proletariado, hay “precarierado”. Las generaciones actuales lo podemos ver, nuestros padres se compraban una casa, educaban a sus hijos y ahora nosotros padecemos para conseguirla; el salario no es el mismo. El capitalismo se ha vuelto muy poco solidario y la globalización ha contribuido a esa precariedad, el capital vuela de un día para otro. La deslocalización es un palabro que miramos con las cejas enarcadas. Miremos lo que pasa en Bangladesh o cualquier país periférico, una empresa cambia de domicilio como cambiarse de camisa. Que la negociación colectiva es inexistente y que el empresario impone, con sangre, las reglas de juego con salarios bajos, bajísimos [en los Estados donde aplicaron ajustes económicos o políticas de shock, esas premisas se cumplen a rajatabla Perú y España por ejemplo, donde la desigualdad crece]. Donde nos mostramos sumisos al consumo e ironiza sobre los Moll y la felicidad de la gente. Que el Facebook es una muestra de esos tiempos líquidos donde la amistad está en dar un dar un clic a la tecla y con la misma prisa se esfuma. En pleno invierno madrileño escuchar a Bauman ha sido un regalo de los dioses.