ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel
Ante la duda nos comunicamos con Jorge Coaguila, quizás el peruano vivo que más conoce sobre la vida y obra de Mario Vargas Llosa. No sólo nos saca de la duda sino que nos envía el delicioso texto de “Vargas Llosa: la mentira verdadera” en donde está resumida la vida periodística del Nobel. En algún recorte periodístico había leído hace algunos años que la revista Caretas –de la que Mario dejó de colaborar cuando fue candidato presidencial por considerar que dicha publicación no tenía la rigurosidad periodística que él exigía- entregaba dos pasajes aéreos anuales para que viaje desde Europa a Lima como contraparte por escribir una columna quincenal. “En el prólogo de Piedra de toque recuerda que cobraba dos pasajes por avión al año”. Aclarada esa duda en el mismo texto de Coaguila se lee: «Los escribía en mi día libre, los domingos, en mi minúsculo departamento de la rue de Tournon. Me costaban un esfuerzo enorme que me mantenía por lo general sentado a la máquina de escribir todo el santo día, con una pequeña pausa para comer un sándwich con una limonada en el bistró de la esquina», afirma Vargas Llosa en 2012. Añade que «lo bravo era llegar al final de la semana sin saber sobre qué escribiría». Pero ese esfuerzo “lo zambullía en la actualidad cotidiana”. Vargas Llosa combinó su actividad literaria con su militancia periodística. Y alguna vez ha confesado que sin el periodismo jamás habría podido encontrar hechos y personajes para sus novelas. Y también ha rendido homenaje al reportaje como género periodístico. En una conversación pública con el director de El País, Antonio Caño, dice: «El reportaje es una aventura riquísima y una fuente de experiencias maravillosa sobre ella. Buena parte de lo que he escrito no lo hubiera hecho sin el periodismo».
Cuando joven estudiante teníamos el privilegio de mantener una comunicación epistolar con Maurilio Bernardo Paniagua, sacerdote conocido por sus vínculos con los jóvenes escolares de dos colegios donde enseñaba: Mariscal Oscar R. Benavides y San Agustín. En una de esas cartas, aún están por algún lugar esos manuscritos con tinta celeste, explicaba de manera didáctica cómo es que los adultos se la pasaban echando la culpa de los males sociales a los jóvenes, a quienes con frecuencia se los tilda(ba) de irresponsables y de dejarse llevar por los placeres de la vida. Cuando en realidad quienes empujaban a esos placeres eran precisamente los adultos que inauguraban discotecas, evadían impuestos, construían burdeles, privilegiaban la rentabilidad. Bastaba ver, decía Maurilio, quiénes emprendían negocios nefastos para darse cuenta dónde estaba el origen, por lo menos, de los males que criticaban. No sólo la didáctica que empleaba sino la provocación a ser críticos con el quehacer propio y ajeno era lo que hacía de Maurilio un ser excepcional. Inolvidable.
Abrumado por las conversaciones con escritores jóvenes y por las entrevistas a docentes ya jubilados de las aulas se nos ha ocurrido cumplir un sueño que ojalá sea permanente: invitar a varias personas para que ingresen a la galería (es un decir) de columnistas de Pro & Contra. Todos ellos son escritores. Y quizás sea una exageración llamarlos periodistas. Pero todos tienen la vocación de escribir. De contar historias. De opinar. De expresarse. Y una forma de hacer todo eso es a través de “columnas”. Así que juntando las dudas, indagando sobre la vocación de escritores, proponiendo acuerdos hemos conseguido un sueño postergado desde la fundación de este diario: Que todos los días aparezca una columna donde escriban hombres y mujeres que tienen un denominador común: leer, pensar, escribir. Si mañana ese sueño iniciado el lunes con la colaboración de Gerald Rodríguez Noriega, seguido el martes por el artículo de Marco Antonio Panduro y continuado por Paula Paredes con “En voz alta” ayer miércoles, se ve interrumpido quedará la satisfacción de haber reafirmado la vocación pluralista y saber que el oficio de escribir es el más bello del mundo y convocar a la juventud siempre impregna jovialidad a una vida que va camino a la tercera edad mezclada con eterna juventud. Cada vez que deseo reafirmar mi vocación de escribidor recurro a los textos periodísticos y confesiones vocacionales de Mario Vargas Llosa. Cada vez que intuyo que el desánimo por el mañana es envuelto por las noticias cotidianas y ratificadas por el comportamiento de adultos que no escarmientan trato de volver la mirada hacia los jóvenes. En ambos casos encuentro paz y cierta esperanza. En ambos casos solo me queda agradecer a Mario Vargas Llosa y Maurilio Bernardo Paniagua por el reencuentro con la vocación y el hallazgo de colegas que sin haber estudiado Periodismo hacen de la columna una manera de ser coherentes con la vocación.