Por: Moisés Panduro Coral
Somos últimos en competitividad regional, ya lo sabemos. El boom petrolero que ha dado origen al canon petrolero, la fuente de financiamiento más importante que Loreto ha tenido en los treinta últimos años, se extingue. Es el mismo ciclo de hallazgo, demanda, auge y caída que han experimentado otros booms extractivos en la amazonía peruana. Con la excepción del esfuerzo emprendedor de la burguesía loretana entre las décadas de los veinte y sesenta que gestó una incipiente transformación industrial, el resto de nuestra evolución económica ha estado ligada únicamente al extractivismo y al mercantilismo tributario.
La pregunta que escucho repetidamente acerca de “¿qué somos ahora?” no es correcta, porque obviamente recibirá una respuesta perversamente realista: No somos nada. Loreto no tiene definido, en el siglo veintiuno, las metas clave que los planificadores setenteros englobaban bajo la denominación de especialización y complementariedad productiva territorial. ¿Cuál es nuestra especialidad productiva? ¿Es petrolera, comercial-exoneracionista, logística, financiera, agroindustrial, forestal-maderera, industrial-exoneracionista, hídrica, turística, biodiversidad-servicios ambientales? No lo sabemos.
Hay otra pregunta incorrecta: “¿por qué no somos lo que hemos soñado ser? La respuesta también es desalmadamente acertada: no somos nada porque hasta ahora no hemos soñado nada, es decir, el problema es que no hemos logrado soñar nada, no hemos construido un sueño común, un destino territorial en el que las instituciones tengan misiones específicas, con plazos y responsables meridianamente establecidos. Parapetados en el reclamo cíclico de la exoneración tributaria, en la queja sempiterna contra el centralismo, en los mitos del “espacio vacío” que hay que colonizar de hace un siglo y del contemporáneo “ambientalismo virginal” para el que todo huele a metano y anhídrido carbónico, hemos perdido nuestra capacidad de soñar.
La pregunta correcta debería ser: ¿Cuál es nuestro sueño común? ¿Hacia dónde queremos ir? ¿Cómo definimos y construimos nuestro sueño común? ¿No podríamos acaso juntar los sueños de todos para que el sueño loretano sea la suma de los sueños de todos sus actores en el escenario territorial? ¿No podría ser nuestro sueño uno que sumado a los sueños de todas las regiones, culturas e identidades constituyan el gran sueño peruano? ¿No tenemos la capacidad de cumplir la promesa de la vida peruana que ensayó el soñador maestro peruano Jorge Basadre?
Claro que es posible, pero tenemos enemigos internos que obstaculizan, estafan o pisotean ese sueño, esa promesa: los Podridos, los Congelados y los Incendiados. “Los Podridos, han prostituido y prostituyen palabras, conceptos hechos e instituciones al servicio de sus medros, de sus granjerías, de sus instintos y de sus apasionamientos. Los Congelados se han encerrado dentro de ellos mismos, no miran sino a quienes son sus iguales y a quienes son sus dependientes, considerando que nada más existe. Los Incendiados se han quemado sin iluminar, se agitan sin construir. Los Podridos han hecho y hacen todo lo posible para que este país (o región en nuestro caso) sea una charca; los Congelados lo ven como un páramo; y los Incendiados quisieran prender explosivos y verter venenos para que surja una gigantesca fogata.”, sentencia Basadre convincentemente.
Por eso, cuando se hagan la pregunta del por qué la región Loreto no ha encaminado su desarrollo, no ha definido su especialidad productiva o se ha quedado a la zaga respecto de otros territorios, no busquen a los enemigos de siempre (centralismo, aislamiento, explotación, etc.). Busquemos a los enemigos que están aquí adentro, y derrotemos primero a ellos para después derrotar a los enemigos que están afuera.