Caminar bajo el sol de Brasilia es todo un acto heroico. Y también de rebeldía contra los coches. Pienso que a pesar de las buenas intenciones de quienes la concibieron es una ciudad que gasta, por no decir, derrocha energía a raudales – ahora se entiende mejor las construcciones de represas en territorio peruano con capital brasileño (hay brasileños muy críticos con esta expansión brasileña a los territorios de países de frontera, muchos de esos proyectos no respetan a las poblaciones locales y el medioambiente). Es un país gigante que necesita energías como un hambriento. Una buena muestra de esa dilapidación de la energía es el automóvil, es un bien muy preciado sino lo tienes muy crudo para movilizarte – todavía son muy tímidas la ciclovías y los ciclistas. La población se lamenta del transporte público que es moroso y muy malo. El metro es sólo para una parte de la ciudad y el transporte por autobús es toda una agonía y muy demorado. Supongo que para los políticos y políticas es una asignatura muy pendiente y ojalá lo tomen en cuenta. Esta situación debería enmendarse sobre todo en una gran ciudad como esta. En este sentido, hay un clamor popular para que el transporte público sea más eficiente. Bajo este epítome señalar que en el contexto político los ánimos andan muy caldeados, algunos señalan que el país está partido en dos. Los que están a favor del golpe blando y los que no. Es un malestar mundial ¿Qué podemos hacer?, ¿conformarnos?, ¿indignarnos? Casi todos refunfuñan de la clase política y sus mamandurrias para favorecerse ellos mismos. Pero volvamos a la ciudad. Es una urbe muy joven comparadas con otras de este país gigante como es el caso de Río de Janeiro o San Paulo (o San Pablo como lo señalan los argentinos y uruguayos) – pienso que la inmensidad de este país es una sería limitación para una aproximación de ver todo lo que ocurre en esta nación compleja. Cavilo estas y otras cosas mientras observo al edificio del Parlamento, el Planalto, la Corte Federal de Justicia (Supremo Tribunal Federal), las esculturas de los candangos. El calor es agobiante que tengo que comprar un botellín de agua a una mujer, con gafas para sol, que ofrece de manera ambulante, me moría de sed. Me sonríe con amabilidad y me dice bom día. Cerca de la ciudad para enfriarla han construido un lago artificial que es el Lago de Paranoá. Según los habitantes atempera un poco la ciudad sino sería mucho más caliente aunque todos coinciden que es un septiembre raro, de mucho calor. Salud, mientras miro el Parlamento y en un pequeño muro dice un grafiti: Fora Temer.
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