ESCRIBE: Sócrates Rivaldo Torrejón Arimuya.
Al salir de una reunión matutina me apresuré en llegar al quisco más cercano para conseguir ejemplares de algunos diarios, entre locales y nacionales, que me permitieran actualizarme sobre los últimos acontecimientos suscitados en la ciudad y en el país. Mientras compraba, las personas que me rodeaban comentaban y lanzaban adjetivos calificativos en contra de Electro Oriente, Gen Rent, el asesino de la niña Jimena o los dueños del Chifa Asia, mencionándolos como ejemplo. Algunos de esos adjetivos y otras cuantas palabras soeces me fueron familiares, pues en más de una ocasión las usé para expresar mi molestia y tedio frente a alguien o algo (situaciones que no se concretan tal como uno las planea). Identifiqué en las caras de aquellas personas miradas de una noche preocupante de desvelo, impaciencia por el lento transcurrir del día, al acecho de cualquier justificación para liberar ese enfado acumulado.
En ese momento se me vino a la mente el rol que asume la prensa en la conducta de la población. Cómo los titulares en los diarios pueden masificarse y convencer al lector sobre la información o postura que imparte el medio frente a un hecho de coyuntura. Pues, las intenciones comunicativas se alteraron para fines lucrativos más que informativos o educativos. Antes de mejorar como sociedad, convirtiéndonos en personas más críticas, de mentalidad abierta, indagadores, vivimos hoy en la época de la posverdad y el sensacionalismo.
En primer lugar, las llamadas “fake news”, noticias que traspasan los límites de la falsedad por ser inventadas e imaginadas, ocupan un protagonismo en el debate social, cultural y político en el Perú y el mundo. Siendo una muestra (signo) de los tiempos que nos toca vivir, que se ha caracterizado por cambiar abruptamente el paradigma que afecta a toda expresión de convivencia, incluso al modelo democrático, que ha sido la victima de este tipo de periodismo, pues en un ambiente de inseguridad y falta de perspectivas, prácticamente todas las instituciones del Estado, empezando por la presidencia y el Consejo de Ministros, seguido del Poder Judicial y el Congreso han sido sometidas en los últimos años al descrédito, el escepticismo o la desafección.
En ese sentido, los avances tecnológicos en telecomunicaciones constituyen una gran oportunidad para el desarrollo del debate público. En las sociedades avanzadas, más de un 60% de los lectores reciben las noticias a través de dispositivos móviles, teléfonos inteligentes o tabletas, de acuerdo a un reciente informe del diario El País. Pero nuestra dificultad por diferenciar la verdad entre la mentira; la actividad de organizaciones dedicadas a la desinformación en la Red; la propagación de rumores injustificados que arruinan prestigios y difaman improcedentemente; la invasión del derecho a la intimidad, y la incompetencia de las leyes para regular y ordenar lo que en la Red sucede, han devenido en amenazas para la estabilidad de las posturas del público y la democracia misma.
En el análisis del comportamiento de la opinión pública, se reconoce un cierto sesgo ideológico. La intención pareciera, muchas veces, demostrar que la posverdad procura ubicar al ciudadano en el universo «de la vanidad y autosatisfacción» de esa élite. Para dar un ejemplo está el caso del perro encontrado y rodeado de bolsas con carne de res, pero con la apertura del pensamiento humano se asumió que era también de perro, en la maletera de un carro perteneciente al dueño del Chifa Asia, está ahí para recordarnos cómo un acontecimiento, aun salpicado de groseras invenciones, pudo esparcirse a la velocidad del rayo, escalar al tope de la agenda mediática, apoderarse de la opinión pública y generar pasiones inflamadas.
Por otro lado, se encuentra el sensacionalismo, que es la tendencia a presentar los hechos y las noticias de modo que produzcan sensación, emoción o impresión. (Diccionario Enciclopédica Vox 1. © 2009 Larousse Editorial, S.L.) Este cumple una doble función, sirve tanto para lograr que el diario sea comprado y consumido por sus lectores como para ser mirada en sus titulares.
Además, el sensacionalismo ha conseguido instalarse tanto en la prensa seria como en la televisión y la radio. Como lo común que se suele pensar los lectores de esta prensa no son siempre los menos instruidos, ni los miembros de las clases sociales más bajas. Es decir, no siempre estamos frente a un lector de poca instrucción, ni desvinculado de la agenda política, no estamos frente al paradigma de la marginalidad, según el cual esta prensa se ocupa de los márgenes de la sociedad. También esta prensa resalta y apela a dimensiones que los otros diarios no se proponen, la función lúdica predominante.
Ellos no encuentran competencia los diarios tradicionales que encasillan el entretenimiento a las secciones de humor y misceláneas. Por su parte los lectores de estos diarios se articulan, según el departamento de Psicología de la Universidad de Palermo, en torno a algunos factores: El gusto por el entretenimiento extremo por encima de la veracidad; por los enfoques trasgresores, es decir, sin reparar en aspectos éticos, morales o de valores (de allí el gusto o la tolerancia frente a la crónica roja, el uso del cuerpo de la mujer como objeto y la escasa preocupación por la estricta veracidad de los hechos) • Por la búsqueda de “horizontalidad social”, es decir de espacios, rostros y lenguajes similares a los suyos; y finalmente la preferencia por las narrativas de acción en desmedro de una actitud más analítica.
Teniendo en cuenta este contexto, es preciso una reflexión sobre la forma y la rapidez en que se están configurando las opiniones públicas en nuestra sociedad, donde el liderazgo de la sabiduría ha dado paso a la manipulación, el error o la vulgaridad. Porque muchos medios de comunicación tradicionales, otrora respetados, se han visto también arrastrados por la banalidad de los contenidos que por la Red circulan.