Escribe: Carlos Reyes Ramírez*
La poeta iquiteña Ana Varela Tafur, vive en San Francisco, California, desde hace varios años. Emigró a los Estados Unidos el año 2002, donde estudió en el programa de doctorado de Literatura Latinoamericana en la Universidad de California, Davis, y es ahí donde viene desarrollando una tesis sobre la época del caucho en la selva amazónica. Ana Varela ha ganado el Premio Copé de Oro 1992, con Lo que no veo en visiones. Después ha publicado los libros de poesía Voces desde la orilla (Urcututu Ediciones, 2000) y Dama en el escenario (Editora Regional, 2001), que le han dado un lugar de preferencia en la literatura peruana y latinoamericana. Varela que también es fundadora del Grupo Urcututu en su ciudad natal, ha tenido la gentileza de enviarme su último libro, de pronta publicación. En esta orilla se inunda el mundo, es su nueva creatura. Lo que sigue es un acercamiento a este hermoso libro que pronto el público lector lo tendrá entre sus manos para la reflexión y el aprecio de la palabra hecho belleza y denuncia social:
“Hay que desviar el cauce del río”- dicen los modernos visionarios. / Y en sus sueños habita una central hidroeléctrica. / Una maquinaria espeluznante donde van a morir los peces. Este real y descarnado verso grafica pleno a uno de los pilares que sustenta En esta orilla se inunda el mundo de Ana Varela Tafur, poeta nacida en la Amazonia. La conocida fragilidad de los ecosistemas del desollado planeta que nos ha tocado vivir será recurrente, persistente, en el discurso de Varela durante varios poemas de su más reciente libro; empero, el tono de desazón que se percibe en sus textos no es el estéril lamento que aguarda la solución divina a los grandes problemas que destruyen nuestro hábitat, sino que será la demanda para detener la hecatombe del planeta de una activa militancia ecológica-poética-política, que se enfrenta a rostro descubierto, y sin recelos, a los destructores de la vida.
En esta orilla la identidad, la procedencia del hombre, van a ser antídotos, el dardo impregnado de curaré o veneno, para enfrentar a la destructiva realidad que se yergue como una impronta perniciosa a la que hay que derrumbar para continuar con los quehaceres normales del ser humano. Poesía que no está hecha para el deleite de las señoras a la hora del té o para un público que busca la belleza en las antípodas o los giros verbales de la palabra. La crudeza del lenguaje que se desliza por momentos durante el viaje donde se invoca de manera oportuna al Yajé o ayahuasca, la “soga de los muertos” de los amazónicos, se presenta como una lámpara encendida para llamar la atención, para avisarnos que el espacio donde vivimos -que además es el único que tenemos- lo estamos destruyendo.
Los saberes ancestrales, esas voces que nos recuerdan quiénes somos y cómo debemos actuar, los vientos que trastocan la normalidad de territorios donde frío o calor pierden sus fronteras térmicas, aparecen en el discurso como una timbra de esperanza que no se pierde ante el caos y la violencia, ante un sistema inhumano que impone la muerte a través de su operadores políticos o económicos. La revaloración de la cultura ancestral será el rastro de la expectación por el bien común, esa que al oído nos susurra qué somos, y esta huella irrefutable se presenta erguida como otra columna donde se sostiene este libro hecho para despertar de su hamaca tropical al ávido lector.
Poesía que pretende una ética y que recorre comarcas y ciudades ominosas para cantar y contar con acierto lo grotesco de la realidad, evidenciada ésta en una de sus más notorias prácticas: la desmedida ambición material de los hombres. La remembranza, los recuerdos y la memoria se mantienen intactas, y se manifiesta en aquellas poblaciones humanas ultrajadas, pero nunca vencidas, que esperan que la historia y la poesía les hagan justicia.
Iquitos, octubre de 2016
* Carlos Reyes Ramírez, poeta peruano, fundador de grupo Urcututu, en la ciudad de Iquitos , Loreto, Perú, junto a Percy Vílchez y Ana Varela. Ganador del Cope de Oro (1982). Biólogo de profesión. Vive en la capital de Loreto (Iquitos), donde se dedica a labores del uso sostenible de recursos pesqueros.