En la manía celebratoria nacional y regional, obsesión que arremete como nunca en estos tiempos nada propicios  para el jolgorio, solo falta que se celebre el día  del centavo, del menú de un sol con cincuenta,  de la derrota pelotera o cualquier otra cosa disparatada. Es costumbre entre nosotros, sobre todo desde el poder,  que cada fecha conmemorativa se brinde, se coma, se baile. De acuerdo a nuestra entendedera una celebración no es solo para el solaz del paladar, del gaznate. Es también para hacer cosas importantes como foros, campañas, discusiones, conferencias.  Todo ello a propósito de la celebración del Día del Idioma Nativo.

Es todo un logro que se celebre dicho día en un país excluyente, racista, poco democrático como el Perú. Ello es una reivindicación de los ancestros, de los oriundos, que tanto han aportado al castellano venido de afuera, que tanto han aportado a la historia regional. Por lo menos desde 1550 cuando el cacique Juan de Alvarado escribió la primera crónica.  Pero son solo 24 horas al año. Muy poco. Demasiado poco. No estamos en contra de los concursos, de los tiros con pucuna, de los encostalados a toda  carrera, de los otros eventos. Pero nos parece mal que solo se haga eso. Nos parece mal que no se aproveche esa fecha para plantear la cuestión indígena regional, para difundir la admirable historia de algunas naciones oriundas, para levantar los heroísmos indígenas de la resistencia contra los abusos coloniales, republicanos y del presente.   

La manía  celebratoria nacional y regional podría contribuir a  conocernos mejor. Hay un país interior, una región interior que esperan su oportunidad sobre esta tierra. Está  bien la diversión, la fiesta. Pero ello no debe hacernos olvidar que hay impostergables tareas pendientes en la búsqueda de hacer justicia con las minorías tradicionalmente excluidas.