El viajero ebrio
Entonces, todavía en estado etílico, todavía con el tufo insoportable, todavía alcoholizado por la borrachera pascual y nuevoañera, el viajero vuelve a otra chupandanga bailable. Porque toda borrachera, sea ocasionada por chavelita, chuchurrín o wiskhy etiqueta dorada, necesita por lo menos de diez días para disiparse del cuerpo humano. Ni un segundo menos. El pretexto del relajo es otro aniversario de la ciudad de Iquitos. Su médico de cabecera debería, primero, ponerle el alcoholímetro y demostrarle que se está matando por creer que la vida es un espectáculo con cómicos de segundo o tercer orden, orquestas guarnecidas en las faldas del pequeño poder y copas dañinas.
El gran Alan García impuso en su campaña esa canción que a la letra estupidizante dice que la vida es un carnaval. O sea el vacilón antes que cualquier otra cosa, el reinado de febrero en cualquier mes. La máxima autoridad edil de Maynas arma el tono y la muca, sin considerar su salud o su próximo vuelo. Y lo hace con toda concha, con todo desparpajo. Por cualquier motivo. Hasta cuando vuelve de sus cruceros inútiles. Este 5 de enero hubo también fuegos artificiales, fuegos acojudados, fuegos de diversión, sin conocer que gracias a esa torpeza apareció el primer incendio en Iquitos. Hace más de un siglo.
El alcalde viajero parece salido de una tira cómica de mal gusto con su obsesión por la farra y el fandango. En vez de preguntar a cualquiera de sus funcionarios o sus asesores o sus ayayeros qué pasó ese 5 de enero, qué barco fue el primero en llegar a la antigua aldea, cuánto tiempo duró la flota de naves, qué pasó con la factoría, cómo fue que se hundió el dique flotante, se emborracha sencillamente. La gestión edil de Maynas es, pues, una carcocha ebria, al garete, entre botellas rotas y colillas inservibles. Y pensar que ya viene el otro fin de semana, ya vienen los carnavales, ya viene San Juan, ya viene otra vez Navidad y Año Nuevo.