En el día mismo de las elecciones generales del 2016, el candidato Alan García Pérez fue desembarcado de la contienda. Así, sin previo aviso, sin ninguna advertencia, vino la inesperada decisión del organismo electoral. Un ciudadano abstemio había presentado la correspondiente tacha. El motivo era que el líder mencionado bebía sus buenos vasos de cerveza durante los actos políticos de la alianza que comandaba. No es que chupar en publico era un delito sino que era de mal gusto y podía incentivar el consumo de licor entre el electorado, porque en tantos lugares el candidato se había zampado una buena cantidad de cajas. De manera que no podía postular a la presidencia del país alguien que brindaba sin motivo, que consumía sus aguas como una cosa natural en vez de beber agua mineral o cualquier refresco regional o nacional.
Lo malo del asunto era que Alan García no se enteró de la tacha, acudió a votar sin mayores problemas y se dispuso a esperar los resultados brindando con sus partidarios. En medio de la chupandanga recién supo que ya no estaba entre los postulantes a la casa de Pizarro. Nadie de los presentes podía creer que se hubiera apartado de la bronca de las ánforas a alguien que bebía sin exceso y sin mostrar los signos de embriaguez. En vano el líder aprista, apelando a su conocida elocuencia, trató de demostrar que no era un chupador empedernido, que bebía eventualmente como quien se toma un aperitivo para abrir el apetito, porque el Jurado Nacional de Elecciones no dio su brazo a torcer. Tampoco varió su decisión cuando conocidas firmas cerveceras cuestionaron la medida alegando que la forma de beber de Alan García era moderada y hacía eco de aquello de beber con moderación.
El tiempo ha pasado desde aquella tacha y Alan García, ya retirado de la política, se dedica a repartir cajas de cerveza de distintas marcas. Nada quiere hablar del pasado y ya no piensa postular a ningún cargo publico, menos a la presidencia de la república del Perú.