El lugar donde antes estuvo el famoso Quistococha es ahora un sitio total y absolutamente distinto. Allí campean ahora incontables bares de mala muerte, tugurios de timba pública, centros de baile a la intemperie, concurso de fumones a discreción y otras perlas. En vano se escuchan voces que todavía hablan de aquel lago perdido, de los días de visita, de los animales que se podía conocer de cerca y, sobre todo, del herido bufeo que fue el detonante que hizo estallar a ese lugar pretendidamente turístico.
Nadie parece recordar que el fin de todo fue cuando las autoridades de ese entonces arribaron a la conclusión de que no había dinero para mandar curar al bufeo. Tampoco había un triste céntimo para invertir en la salvación de ese lugar que se moría poco a poco. El desmadre ocurrió cuando los animales se escaparon de sus jaulas o corrales e invadieron Iquitos. La invasión de los mismos fue una verdadera catástrofe porque aparecieron nuevos políticos que querían poner nombres de esos seres a sus partidos. Pero nadie hizo nada para devolver a esos inquilinos a Quistococha.
El lago entonces quedó en el abandono, en la intemperie, y poco a poco desaparecieron las cosas que allí había. Luego el terreno fue cedido en concesión a un parrillero que cada domingo ganaba sus soles con sus asadas carnes. Luego aparecieron los bares de mala muerte que convirtieron a ese lugar en un barrio de broncas, en un condado de asaltos de avezadas peperas que se infiltraban a altas horas de la noche. Es imposible que a estas alturas se pueda salvar algo de ese lago. Por eso es que nos atrevemos a escribir sobre un lugar perdido, perdido para siempre por la mediocridad de una sarta de mediocres que en el momento oportuno no supieron reaccionar.